La amistad entre Manu y Jean-Gab crea situaciones disparatadas en las que la falta de sentido común dirige la acción. El contenido gratuito se apodera de una composición ilógica donde el absurdo da sentido a la sinrazón. Estos personajes tarados explotan los códigos comunicativos con fogosidad de quinceañeros y estupidez repetitiva. No hay nada más loco e impensable que encontrarse a una mosca gigante en el maletero del vehículo que emprende una aventura aproximativa al trasporte de drogas. Ojalá fuera este el móvil para encontrar la coherencia en los actos de Mandíbulas. Todo lo contrario, el descubrimiento desemboca en andanzas destinadas a esconder al bicho que abrirá las puertas a un mundo sin trabajar. La meta del amaestramiento para convertir al susodicho en atracador de bancos sigue la pauta incoherente marcada por un argumento vacío. Las situaciones inconexas que abusan del disparate continuado no estimulan algo de risa purificadora. La escasez neuronal de los dos tipos desarrolla un lenguaje reducido a códigos expresivos de simbología taurina. La desmesura impulsa un viaje por carretera no exento de sorpresas gratuitas para rellenar sus curvas. Los contratiempos solidifican la amistad con ligereza narrativa, marcada por la superficialidad de lo acontecido. La ineptitud de una pareja cómoda en la idiotez es incapaz de cumplir la tarea encomendada; el descubrimiento del tercer pasajero les motiva a proseguir un encargo con la intención de esconder al intruso gigante. Donde la mayoría ve algo desagradable y molesto, ellos lo interpretan como una oportunidad que cambiará sus vidas.
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La aparición de sujetos nuevos saca momentos cercanos que se aprovechan de las buenas intenciones producidas por una confusión de personalidades. El caos sigue su rumbo a través del enredo que dispara una confusión con el oportunismo deshonesto. Al lado de la inocencia femenina viajan un hermano desconfiado que se incorpora al grupo de los raros. Agnès tiene un lugar destacado en esta juerga campestre gracias al registro interpretativo tragicómico. La riqueza expresiva de Adèle Exarchopoulos, recordada por el deseo ardiente en La vida de Adèle, dinamiza al grupo con frescura. El destinatario del paquete sorpresa recuerda al villano con dientes de acero que Richard Kiel interpretó en la saga James Bond. La continuación de momentos estrafalarios fortalece una misión atropellada. El insecto de Quentin Dupiex, sin referencias a Jeff Goldblum, es un engendro curtido en el CGI que no asusta. La persistencia del chiste es una herramienta que certifica la imbecilidad, apelmaza una narrativa sin más sobresalto que el originado por las tonterías de la pareja protagonista. ¿Mandibulas pretende reforzar las amistad entre las personas, explorar el vínculo del ser humano con los dípteros o parodiar la expresión tener el cerebro de una mosca? |