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DE PERSEGUIDOR A PERSEGUIDO
Película Shorta. El peso de la ley


J. G.
(Madrid, España)

Shorta. El peso de la ley
Ficha Técnica Video    
El grito con que esta producción comienza es significativo: no puedo respirar. El auxilio del instante se encadena a la embestida menos justificada, reproduce el gesto de George Floyd en primer plano. Su recuerdo impone la hegemonía que marca la agresión racial perpetrada por la policía. La alusión constante a Floyd es compañera de una hostilidad que no tranquiliza. El ambiente se supone que es seguro (una cárcel), el ambiente revienta por su toxicidad. La ley y el orden guardan derechos nacionales mientras pisotean la presunción de inocencia. No estamos en las calles norteamericanas sino en Odense, Dinamarca, a pesar de que el nombre del barrio donde los hechos suceden pase de llamarse como el edificio Svalegaarden a Svalegarden. Sin embargo, este paraíso de acogida inmigrante tiene su lado oscuro. La convivencia multiétnica producto de la ruptura fronteriza asienta a los ciudadanos en barrios delictivos marcados por la procedencia de sus habitantes. El clima nervioso originado por un incidente callejero cocina tensión destinada al estallido social. La tirantez eleva su intensidad y dureza provocadas por el envalentonamiento del uniforme policial. Las calles son un hervidero de antipatía ante un abuso inesperado. En ese clima de hostilidad y enfrentamiento, Mike Andersen y Jens Høyer salen a cumplir con un trabajo que no siempre se viste de normalidad. El primero hace de poli malo y el segundo de poli bueno, el agresivo y el tranquilizador: personas con percepciones opuestas de la ley ocupando el mismo vehículo durante una jornada caótica. El incendio provocado reúne a los dos antihéroes en suelo hostil mientras uno da rienda suelta a sus desórdenes y el de al lado mantiene la contención que lentamente apoya al perjudicado. Los comentarios de superioridad xenófoba no se llevan bien con los sosegados que no buscan confrontación. La rutina patrullera consiste en el acoso contra el inmigrante árabe.
 
Mike Andersen (Jacob Hauberg Lohmann), en el centro; Jens Høyer (Simon Sears), a la izquierda, y Amos Al-Shami (Tarek Zayat), a la derecha de la imagen  
Mike deteniendo a Amos
El negro maltratado por parte de la autoridad blanca es víctima histórica de la sociedad occidental. El laberinto edificado angustia y cabrea debido a la chulería tanto física como mental de un sujeto uniformado. Shorta abre el debate sobre el apoyo al compañero aunque no acepta los métodos empleados por el primero. La ópera prima de Frederik Louis Hviid y Anders Ølholm hace reflexionar a cerca de los límites entre compañerismo y honestidad en el trabajo que conlleva una acción social. El relato trepidante de la acción opresiva angustia la batida como parte de la cacería. El hostigamiento azuza la convivencia entre el centinela experimentado y quien que no ve en la fuerza un arma intimidatoria dirigida a proteger la ley universal. La indignación ante una muerte injusta acelera el pulso de una persecución donde la bravuconería halla el caldo de cultivo para saltarse la legalidad. El laberinto de la supervivencia individualiza destinos marcados por el tópico negativo, clarifica ideas, acalla la prepotencia. El ambiente patrullero movido por la fotografía intensa, directa, fijada en el primer plano acelera la violencia.
Abia (Özlem Saglanmak) junto a Mike, de espaldas  
Disturbios raciales en el barrio de Svalegarden

El rap es la banda sonora de un mundo cerrado en su comunidad marginal que activa la carga denunciante. El territorio urbano se aproxima a la versión que Ladj Ly dirigió de Los Miserables con la fuerza dramática de una realidad existente en cualquier lugar donde el refugiado constituya la masa social por antonomasia. La simpleza de comentarios sustentados por rasgos fisonómicos fortalece el supremacismo racial esgrimido por quienes luego se encuentran con la horma de su zapato. La nacionalidad de la piel alimenta un clima xenófobo. Bienvenidos al mundo civilizado.

J. G.


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