La guerra iniciada en Eslovenia, comienzo para la desintegración de la Yugoslavia de Tito, se encontraba en su apogeo durante julio de 1995. Las tropas dirigidas por el General Ratko Mladic se habían adentrado en Bosnia y Herzegovina, caracterizada por la pluralidad religiosa (bosniacos de mayoría musulmana, serbo-bosnios ortodoxos y bosnio-croatas católicos). La Guerra de los Balcanes redujo el crisol a la hegemonía serbia de Belgrado en esta zona. La directora de
Na putu ciñe la fatalidad a la delimitación geográfica: Srebrenica. Su largometraje denuncia con ligereza iniciática el avance del radicalismo serbio en un territorio cubierto de matanzas. El factor humano supera al administrativo ante la presencia de
Cascos Azules testimoniales. Aida es traductora en un fuego cruzado entre invadidos y una representación endeble del mundo occidental desinteresado por esta parte del planeta. Aida es el altavoz para los refugiados con noticias del mundo dominante, personifica la intención entendible de salvar vidas emparentadas por la sangre: una forma descafeinada y maniquea de abordar el problema bosnio. Las fuerzas de paz de la ONU, dispuestas a contener las tropas de Mladic, mastican un orden improvisado e insostenible hasta que el desenlace contundente se rinde ante la
limpieza étnica. El campo de refugiados tutelan es un establo solidario y cruel. Srebrenica es una isla minúscula, apartada, dentro de otra mayor destinada a formar parte de la
Gran Serbia.