El significado de la felicidad es polimórfico. Algunas personas se conforman con la rutina mientras que la mirada de otras trasciende lo visible. A la capacidad de crear situaciones nuevas donde todos vemos normalidad se le denomina narrativa imaginativa. La fabulación inquieta de Léa aprovecha el tiempo libre para inventar mundos paralelos cambiando personalidades, alumbra historias, aplica su paleta de colores descriptivos en aventuras que nacen sobre el papel, protagoniza momentos dirigidos por su fantasía. El descanso alimenta una cualidad desconocida para su entorno cercano; abona el terreno de la comedia francesa con parejas protagonistas donde el humor es la pieza capital del acertijo.
El encuentro entre conocidos cristaliza en enredo circunstancial que hace de la película un diálogo de besugos sin salida visible. La locura indecisa y fanfarronería, que funcionan inicialmente, se convierten en un caos exasperante que no parece tener fin. La conversación ridícula pone gesto serio cuando alguien confiesa el secreto guardado que persigue un sueño.
Envidia sana despega con la confesión escondida que pilla desprevenidos a todos. La llegada del éxito como escritora a Léa, debido a la constancia sin ánimo de lucro, tiene mucho de azar. Su aparición desestabiliza amistades, levanta suspicacias en vez de apoyos. El marido, protagonizado por
Vincent Cassell, es un registro analfabeto que no frecuenta los libros, centrado en escalar peldaños dentro de un trabajo nada creativo. Su masculinidad se desmorona, los celos aparecen dentro y fuera de la convivencia, rompen la relación estable para crear incomodidad, crean fisuras en vez de celebrar el reconocimiento que esconde una pizca de complicidad comunicativa.