El encuentro fortuito entre chico y chica actúa como el reclamo poco estudiado que persigue una relación repetida mil veces. El desparpajo de Amparo acoge la timidez de quien aterriza, y nunca mejor dicho, en un lugar nuevo. Por algo dicen que hacer amigos en Madrid no es difícil. Su acento andaluz exagerado da un toque humorístico alocado y almodovariano. La amistad se fortalece con la televisión imitando a las estrellas de baile como un karaoke casero parecido a los vídeos que alimentan
YouTube. Las coreografías huelen a cocido y mucho deseo por triunfar. El ritmo de la Carrá, como siempre hemos llamado a Raffaela en España, se impone a pesar de que la letra en castellano no penetre como la italiana original: se hecha en falta el descaro que ponía en sus interpretaciones. La aspirante a la fama, María, escala puestos con más paciencia que frescura mientras asiste a la muerte del continuismo medido con centímetros falderos. Pablo, con su cara de muchacho bueno y responsable, es el hijo del censor televisivo que heredará el sillón del padre, la oportunidad del cambio en la moralidad audiovisual española emitida desde
Prado del Rey. La fuerza de la imagen todavía no se había convertido en una caja tonta.
Los diálogos entre la pareja protagonista suenan a telenovela rosa.
Explota Explota es un recuerdo al Madrid popular con paseos por El Retiro, donde la
estación de Chamberí se abre al público y el aeropuerto de Noáin-Pamplona, con corazón de flechazo adolescente, se convierte en Barajas sin las curvas arquitectónicas de la
T-4. A pesar de que la televisión era en blanco y negro, el colorido musical de las melodías son pinceladas de flojera vocal.