Las locuras de
Juan Cavestany no pillan por sorpresa a nadie como las invasiones escatológicas de Camilo José Cela en el Senado o la frase histórica de Francisco Umbral:
‹‹yo he venido aquí a hablar de mi libro››. El realizador madrileño, que todavía no se acerca a las locuras de
Godard, hace un cine surrealista, a veces social en la superficie y siempre dado a la habladuría. Su introducción última en la pantalla grande, quien sabe si para experimentar en el
streaming, no tiene la gracia de Louis de Funes -léase
Pepón Nieto- en su desorientación ni deja a
Carmen Machi, maquillada hasta las trancas, bien parada. Es una locura que se acerca de manera superficial, y española, a
Atrapado en el tiempo sin establecer comparaciones con
Bill Murray ni Andie MacDowell. Los viajes, a través de esta dimensión, se desplazan a la velocidad del bucle repetido por tomas consecutivas, sin cosido estructural. Los diálogos se reproducen cambiando escenas e intensidades, se entienden por el agotamiento repetitivo de las mismas palabras. El catetismo confunde Nueva York, donde todos hablan español, con el Burgos natal sin olor a morcilla. Se supone que Pepón no quiere emular a Alfredo Landa ni a José Luis López Vázquez paseando al españolito tontorrón con ese humor histriónico capaz de reírse de sí mismo.