La imaginación de
Studios Ghibli se renueva con el formato 3D y, al mismo tiempo, regresa al primitivismo argumental evidente y patoso. El largometraje
Earwig y la bruja, en ocasiones melancólico, se hace soporífero hasta agotar. La innovación juguetea en la pantalla entre fantasmas infantiles y un mundo de soledad. La banda sonora quiere erigirse como el peso pesado de la narración japonesa con sintonía británica. Su potencia alcanza la categoría pluma. Es cómica, en ocasiones atronadora, con retazos de psicodelia visual, algo de
rock progresivo y guitarreo eléctrico que levantan la atención para dormirla a los pocos segundos.
La epopeya de Earwig no comienza en un orfanato sino a lomos de una motocicleta setentera, con ambiente forajido, abierto a la interrogación. La persecución da pie al abandono. La presencia del hospicio da continuidad a una historia de niños sin hogar y almas que viven confortables en ese aislamiento. La
animación japonesa aparece pulcra. La corrección juguetea a través de Earwig y Custard encastrados en un entorno sin amor. El vínculo de sangre se convierte en una relación que olvida el pasado. La salida de St. Morwald's se produce a través de una elección de feria. Las aventuras y desventuras posteriores muestran un escenario más turbulento que pacífico. Una bruja con pinta de madrastra y una niña sometida a los dictámenes de su familia adoptiva sostienen la lucha personal. El gato negro representativo humaniza el silencio sospechoso. Entre Earwig y Bella Yaga se encuentra Mandrágora, un hombre con ojos de diablo y silueta de monstruo mitológico. ¿Es humano o sobrenatural? ¿Un escritor frustrado o un chupacabras? Un personaje que atasca la comprensión, un bulto en una historia que pone a prueba la inclusión del
3D en el
CGI. La niña adoptada monopoliza incidentes banales. La morada flamante tiene poco de acogedora. La brujería es una obsesión para una criatura que ha perdido la ternura gestual. A pesar de la duración bondadosa, los ochenta y dos minutos del cómic dirigido por
Goro Miyazaki se hacen pesados.