El título, si no lo firmara
Isabel Coixet, levanta sospechas sobre cocainómanos corruptos. Los más refinados pueden aventurar una lucha entre Torrente y
Javier Bardem convertido, otra vez, en
Pablo Escobar. La idea no va desencaminada cuando se percibe que el mundo de la construcción hace sus pinitos en un suspense encarrilado por lazos de sangre. Después de
La librería, la realizadora presenta un trabajo de consumo rápido y propuesta indigesta. Se decantó por el cine urbano con la cercanía al espectador remarcada por
Aprendiendo a conducir. Ahora, la adicción a la meteorología y esas bolas de cristal en las que tan pronto nieva como el cielo es diáfano juegan a conquistar corazones solitarios.
El comienzo prometedor se identifica con el día a día de las hipotecas, la frialdad bancaria, los sueldos que no alcanzan a pagar el préstamo financiero. La humanidad cercana del cliente sufrido resume el consumidor como engranaje del gasto, la descentralización de los servicios y la avaricia que ceba la hucha de la economía capitalista. Si el afectado es un matrimonio hindú honrado en suelo inglés, el cóctel refresca. Las fichas del tablero cambian de jugador cuando el empleado eficiente prueba la obsolescencia programada que no sólo afecta a los deudores morosos.