Las películas malas se caracterizan por el uso carismático de lo facilón para alcanzar los créditos finales. Facilidad en la caracterización aguada; facilidad para construir mundos inexpresivos; facilidad para aburrir con planos carentes de valor ilustrativo e incapacidad para sumergir al espectador en el corazón de una historia poco, o nada, definida.
María Pérez Sanz, después del documental
Malpartida Fluxus Village, traslada la tierra extremeña al calor de la sabana africana y convierte a los toros de la dehesa en búfalos keniatas. Visto así, con alegría ibera, la propuesta de recordar a
Karen Blixen, conocida por su seudónimo literario Isak Dinesen, no suena mal. Incluso parece interesante en la manera de abordar las horas decadentes de la escritora danesa aunque en ningún momento saque a la luz sus dotes literarias. Es un golpe de originalidad donde el plano intimista y la ausencia de diálogo profundo cristaliza en una bofetada de sopor interpretativo. Afortunadamente, el largometraje es magnánimo en sus sesenta y cinco minutos de duración. El formato 16 milímetros le da un aire de cercanía
indie con el que no logra convencer. Se aproxima a la inmadurez del estudiante que no sabe elegir bien sus intérpretes y esa dirección actoral que deja la puerta abierta a una protagonista acartonada. El fallo principal se ve a la hora de abordar al personaje sin atreverse con la profundidad de la persona. Se limita a descubrir, de manera insípida, una semblanza desconocida de alguien que hizo famoso a otros.
Karen quiere reproducir los momentos finales de alguien que mezcló romanticismo, aventura e igualdad sexual a través de una novela. Por suerte,
Sydney Pollack no dejó que
Memorias de África se arrinconara en el cajón de los hitos creativos.