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CINE Y ESPECTÁCULOS
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CONNERY, SEAN CONNERY HA MUERTO
El primer Agente 007 no pudo con la muerte


J. G.
(Madrid, España)

El actor Sean Connery ha muerto
   
El cine está de luto, cercano al Día de Muertos. Hace cuatro meses, Ennio Morricone también murió. Esta despedida nos dejó una banda sonora inconmensurable: desde el silencio que acompañaba los pasos de Clint Eastwood hasta el eco del Oboe de Gabriel, en La Misión. Los personajes y las personas que los representan ocupan la memoria con frases identificativas. Si Arnold Schwarzenegger es recordado por Sayonara, baby en Terminator, el Agente 007 de Sean Connery permanece inmortal con una expresión convertida en carné de identidad: Soy Bond, James Bond.
Thomas Sean Connery catapultó el prototipo de actor sexi, discreto y ganador, dotado de armas avanzadas que camuflaba bajo una elegancia trajeada. Fue la sofisticación del agente bueno que siempre aparecía impoluto, en quien los rasguños resultaban atractivos. El 007 interpretado por el escocés se desarrolló a través de seis títulos en la saga creada por Ian Fleming. En 1962, estrena la leyenda con Agente 007 contra el Dr. No que continuó sin parones hasta Diamantes para la eternidad, de 1971. Roger Moore cogió el relevo en Vive y deja morir, 1973, para regresar diez años después con No digas nunca jamás. Se movía con naturalidad por la frontera del bien y el mal salvaguardando el nombre de Su Majestad. Le recordamos por sus bañadores ceñidos, el pelo acicalado, el esmoquin impecable o apoyado en la puerta del Aston Martin que le hizo famoso desde James Bond contra Goldfinger. El cuidado del aspecto físico lanzó un espía que se paseaba por los hoteles más lujosos con la naturalidad del huésped habitual. La habitación presidencial aguardaba su llegada junto a fresas y champán. El diseño futurista de la Casa Elrod en Diamantes para la eternidad se fue alternando con el clasicismo que las Cisternas de Yerebatan proporcionaban en Desde Rusia con amor. La mujer imponente esperando en el casino no podía faltar. La conquista de la masculinidad iba con su genética de tipo duro y seductor. El carácter irrompible de su papel más representativo se forjó desde una adolescencia y juventud que le destacaron como futbolista, sin que se pareciera a Sylvester Stallone en Evasión o victoria. Igual que Schwarzenegger, su interés por el culturismo le hizo probar suerte como modelo para aventurarse en el concurso Mister Universo en 1953 que no ganó.
 
Su versatilidad cinematográfica le permitió cambiar de registro con facilidad e interpretar sus trabajos alejado de la figura monotemática. Sean Connery ha sido más que 007. Su filmografía funciona con la diversidad, las ganas de divertirse y el talento de una solvencia que sólo el tiempo proporciona. El debut en la gran pantalla fue con un papel sin acreditar en Lilacs in the spring (1954) que en España se conoció como La reconciliación. Llegó a coquetear con el cine suave y en 1959 obtuvo el rol principal en Darby O’Gill y el Rey de los duendes, una cinta familiar de Walt Disney. Su mirada directa, tan dulce como dura, permanece en el museo de la expresión inmortal. El monje franciscano Guillermo de Baskerville aportó intriga y amor por la literatura en El Nombre de la Rosa a pesar de que Umberco Ecco refunfuñara, inicialmente, por el tratamiento de su novela. El gesto de policía seguro en sí mismo que aportó a Jim Malone en Los Intocables de Eliot Ness fue un regalo aprovechado por Brian De Palma. Le valió el Óscar como mejor actor secundario, la única estatuilla de una carrera a la que los galardones le quedan cortos. La comercialidad de Indiana Jones o La caza del Octubre Rojo no mermó la adecuación de Sean Connery al personaje, gustaran o no sus películas. La frialdad sacada en La Trampa cayó rendida ante Catherine Zeta-Jones, la riqueza pétrea de La roca consolidó a un preso útil al Estado. Los inmortales, con Christopher Lambert, fue el comienzo de una saga aventurera en la que Sean Connery repetiría. Se encuentran curiosidades como Atmósfera cero, con la que estuvo nominado al Premio Saturn como mejor actor o el cameo de Ricardo I de Inglaterra en Robin Hood: príncipe de los ladrones. El cine de catástrofes tuvo su espacio con Meteoro, un largometraje secundario aunque el plantel pronosticara resultados positivos: Natalie Wood, Henry Fonda y Karl Malden. Sería injusto pasar por alto la complicidad junto a Michael Caine, otro coloso, en El hombre que pudo reinar.
La virilidad se paseó por sus películas con estilo británico. Este diamante en bruto supo vender el encanto que la juventud y la vejez proporcionan. Fuera del séptimo arte, en 1972 protagonizó un cortometraje para promocionar la Costa del Sol como destino para el turismo de golf, una de sus grandes aficiones; en 1999 fue nombrado ‹‹el hombre más sexy del siglo›› y un año más tarde, caballero del Imperio Británico. Como todo icono que la industria necesita homenajear, Sean Connery recibió el Premio Donostia del Festival Internacional de Cine de San Sebastián en 2006, la Espiaga de Honor en la Semana Internacional de Cine de Valladolid del mismo año. A pesar de que La liga de los hombres extraordinarios significó su jubilación, la presencia en el cine siguió hasta 2012 prestando la voz al género de animación en Sir Billi después de hacer lo mismo en Dragonheart: corazón de dragón, 1996. A partir de Sol Naciente, en 1993, comenzó a compaginar sus tareas de actor y productor ejecutivo.

Fue el primero en dar vida a una concepción de agente secreto que ha marcado época; un testigo privilegiado de la Guerra Fría. Después llegaron George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y Daniel Craig pero jamas se olvidará al Bond inicial. En vez de llorar su muerte, ¿no sería mejor alegrarnos por el legado que nos ha dejado?

J. G.


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