El
confinamiento se ha asumido como parte de nuestra genética. La
COVID-19 es un recuerdo y ahora estamos en el mundo gobernado por la
COVID-23. Es el destino al que estábamos abocados: no sólo a convivir con el microbio sino a aceptarlo como elemento que segrega a la población en infectada e inmune. Las ciudades son un ejército fantasma movilizado por una Sanidad limpiadora que se encarga de detectar al enfermo y hacerlo desaparecer en la Zona Q: un estercolero donde los sujetos incurables, la mayoría, van a morir. El miedo es tan terrible que las enfermedades se han convertido en plagas virales que atacan al cerebro directamente. Nico recorre la ciudad en bicicleta como mensajero, inmune. La situación creada engrandece la brecha del distanciamiento y hace pensar en lo aislados que los ciudadanos han quedado. La relación social no existe porque no hay posibilidad para el contacto físico, el virtual apenas aparece. Las pantallas de los ordenadores y los teléfonos son la prolongación de la vivencia personal al mundo exterior. La falta de sensibilidad genera una continuidad visual con mucho movimiento pero indolente. A pesar de que la viaja a sus anchas, y el contagio es una presencia invisible, siempre hay secuaces que juegan a saltarse la norma, cegados por un amor de prostíbulo ricachón.
Inmune es una historia de vidas cruzadas que se comunican entre sí debido a este contagio; un análisis de las profesiones nuevas nacidas al cobijo del desastre; una guía de la supervivencia donde el sentimiento y la falta de escrúpulos juegan su papel dinámico.