El inicio de un largometraje fiel al género engancha, superando el pasado de la
Segunda Guerra Mundial. Los vivos buscan enterrar las cenizas de sus muertos sin rencor. El espíritu atemporal de la conflagración reciente no desaparece. La ligereza con que se aborda un asunto tan escabroso como la
Guerra de Corea plantea una veracidad maniquea sobre lo observado en pantalla. El colofón se viste de publicidad estatal que se convierte en un objetivo fácil de la crítica, no sólo cinematográfica.
La batalla el lago Changjin aprovecha una duración cercana a las tres horas para detallar las penurias de un ejército poco profesional y lleno de coraje. El eje de la trama busca personajes carismáticos para desarrollar el factor humano con ímpetu colaborativo, reprendiendo a la opción individualista que quiere salvar al batallón. La figura del héroe solitario es cuestionada con color panfletario frente a la coexistencia grupal. El respeto de la tropa alcanza esa honorabilidad que la experiencia concede, sin perseguirla. El escuadrón dirigido por el general
Song Shi-Lun representa el anonimato a través de un número y letra. Su planificación estratégica juega al escondite con el tonelaje armamentístico enviado por
Douglas MacArthur. La batalla abierta entre el comandante supremo de las Naciones Unidas;
Edward Almond, comandante del cuerpo X de Marines de los Estados Unidos y el general
Oliver P. Smith, comandante de la Primera División de la Marina, es un síntoma de debilidad interna en el lado pacificador.