En la mitología persa, la
mantícora es una aberración con cuerpo de león, cola de dragón y cabeza humana que devora personas. La sociedad tiende a juzgar horrorizada la práctica de una excitación privada que rompe la moral general. Es capaz de crucificar a quien sólo busca un escape fantasioso a través de
espacios virtuales. Esta privacidad puede contemplarse como un intento socializador por parte de la persona introvertida sin buscar el daño ajeno. ¿Dónde está el límite entre depravación y recato? ¿Qué es más deshonesto: expandir el éxtasis efervescente o disfrutarlo en privado sin la participación física de otro? Carlos Vermut, fiel a su estilo polémico sin grandes anuncios, pone el dedo en la llaga.
La soledad es un arma de doble filo que puede convertirse en aliada o enemiga de la vida. El monstruo que pulula por
Mantícora fagocita al hombre aunque este haga lo posible por distanciarse de él. Julián, lejos de transmitir brutalidad, representa tristeza permanente y vacío sobrecogedor. También es cercano y humilde, alguien que debería pedir explicaciones a los demás por unos juicios que no respetan su intimidad. Es el prototipo de quien vive enfrascado en un trabajo que se dedica a satisfacer la diversión humana con engendros violentos. Alguien que construye un contexto ficticio en torno al aislamiento como universo paralelo. Sin metas comunicativas. El acercamiento que se percibe con un niño, convertido en conocido circunstancial, se reviste de inocencia en busca de amistad. Julián es un individuo sin excesos que hace del encuentro fortuito el alimento de una extroversión estéril. Cristian surge en su vida como un incidente entronizado mientras su tranquilidad proporciona serenidad dramática. El héroe salvador pasa de ser tigre en caricatura a felino autoculpabilizado. El provecho violador está lejos. Él no se mete con nadie en su incipiente aventura de onanismo virtual. Los impulsos genitales carecen de continuidad delictiva en sus actos. No es pedófilo. Quienes convierten ese momento en el inicio de una perversión establecen una controversia que hace de
Mantícora un largometraje interesantísimo y audaz. El debate entre
pedofilia y deseo turbio está servido.