La relación laboral entre el director Guy Ritchie y Jason Statham se inició hace 23 años con
Lock, Stock and Two Smoking Barrels, coprotagonizada por este último. Desde entonces, el ex saltador de trampolín ha cincelado una personalidad de rostro frío y semblante más confiado en la respuesta rápida de sus puños que en su inteligencia. Ahora, el cineasta británico lo recluta para convertirlo en antihéroe encubierto. No tiene la
realeza británica que
Ian Fleming imprimió a su creación literaria. Algunos comentarios se acercan, con tono imberbe, al machismo cultivado por
Sean Connery como galán nacional. Es el tipo que no desprecia la buena vida, siempre a costa del erario público, y bajo la sombra del
MI6, sabedor de que es un peón dorado del gobierno anglosajón.
Operación Fortune: El gran engaño es más envoltorio que contenido. Es un producto para consumo rápido e impacto directo. Guy Ritchie no busca el gancho de su largometraje en la aparatosidad de las imágenes trepidantes sino en la presentación de un elenco coral donde el movimiento está garantizado por la diversidad de escenarios y protagonistas que mueve el cotarro. La presencia de la mafia ucraniana involucra al guion en la actualidad dentro de un argumento policiaco en clave de trama internacional. Las apariciones de Statham se fundamentan en golpes y tiroteos coreografiados por persecuciones basadas en alta tecnología. Persecuciones llenas de personajes ridículos que transforman la caza tradicional entre gato y ratón en teletrabajo supeditado a la metodología rastreadora. Algo tan rudimentario que basta con desconectar el móvil para desaparecer y borrar las pistas que los perseguidores olfatean. Poca inteligencia y mucho despliegue armamentístico hacen equilibrios para no desplomarse en una borrachera de ruido general.