Lo que en un principio puede avanzar otra película sobre el
Alzheimer termina siendo un documento entrañable donde el juicio cartesiano del trastorno sucumbe al poder del personaje tierno. Sí, es un testimonio más sobre los trastornos degenerativos pero, al mismo tiempo, refuerza el propósito de alguien que quiere recuperar una mirada ensombrecida sin esperarlo. La unión fortalecida por el cariño y el dejarse querer hacen de Augusto y Paulina la pareja compenetrada que busca comprenderse. Son admiración y envidia aunque, a veces, no apetezca estar en su piel. Los dos forman una dupla armónica y deliciosa donde los inconvenientes que la desmemoria genera se convierten en retos a superar. Este reto lubrica una relación particular tan liberal como respetuosa.
A través de frases, fotografías, charlas, sonrisas y llantos, Paulina despierta, poco a poco, una memoria desvanecida. En este paseo, aparece como es un aliado que huye de lo pretencioso. El camino descubre a un espíritu combativo, la esencia de un alma comprometida con su país; amante de las noticias sin filtro, y
todoterreno entregado a comunicar sin censura.
Augusto Góngora cultivó desde la información política hasta contenidos de tono pedagógico. Su libro
Chile La memoria Prohibida, cuya elaboración con otros autores llevó seis años (entre 1982 y 1988), es un recuerdo de los males pretéritos, a su
no olvido y comprensión para no caer en la manipulación de la Historia. Las imágenes surcan el disfrute de un hogar luminoso por donde los recuerdos circulan dispersos e inquietantes. La cámara recorrer pausadamente este entorno, recreándose en el ayer. El trino de pájaros se mezcla con la presencia nada anecdótica del cartel que impulsó la
campaña del NO, que acabó con la dictadura de
Pinochet e inspiró la película homónima de
Pablo Larraín.