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CINE Y ESPECTÁCULOS
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ESPERANDO AL TIEMPO
Película La bestia en la jungla


J. G.
(Madrid, España)

La bestia en la jungla
Ficha Técnica Video    
El inicio de esta aventura, a modo de fiesta popular con aire de pasodoble gracias a Paquito el chocolatero, recupera el contexto provinciano de la imagen granulada con aspecto humano. La celebración continúa con una catarata de éxtasis donde la profundidad de su cascada es insondable. Aquí reside la belleza de una obra críptica por su incomodidad para algunos fácil pensantes como absorbente, marcada por lo obsesivo. Los protagonistas creen dirigir sus vidas, entregados al peso del momento o esperando la aparición del suceso con repercusiones galácticas en su interior. La celda que los encierra carece de vocación eterna por naturaleza. El conductor de este drama con piel discotequera es su atmósfera: lugares cerrados donde el aire pesa y las miradas hablan. Los personajes vagan entre el humo, la música discurre con el paso de las épocas. El arrebato bailón se eleva al paraíso disfrutado por unos pocos, se torna en exclusividad de templo donde se adora al cuerpo ondulante. La bestia en la jungla es onírica, edén del soñador angustiado y del hedonista entregado. El futuro de John flota entre la excitación perfilada por su frialdad expresiva y el convencimiento de una llegada sin rostro. El apocalipsis. La mirada pétrea es sinónimo de soledad y sus palabras metálicas no ocultan misoginia que declama prepotencia. ¿Se cree un mesías?
 
May Bartram (Anaïs Demoustier)  
John Marcher (Tom Mercier)
Lo taciturno se mueve con elegancia de anuncio de perfume femenino. La amistad respira desde el primer plano de unos pasos camino de su jaula placentera. La estética urbana y nocturna adorna el sendero en esta jungla donde nadie es nada sin el abrazo ambiental. La jarana musical se presenta como aventura que traspasa los límites de lo impensable. Una voz en off que más adelante desvelará su rostro narra el relato sin intenciones manipuladoras. La fisonomista (Béatrice Dalle) está definida por un nunca pasa nada que deja ocurrir mucho sin necesidad de convertirse en estrella de la pantalla, aunque tampoco renuncia a su cuota de participación. Es la vigía del nirvana musical encargada de abrir sus puertas a una juventud que vive rápido sin pensar en el desgaste. Si Bertrand Bonello se lanza hacia un espacio tecnológico con su película de temática homónima, Patric Chiha se inclina por el pasado como vehículo para reflejar este viaje temporal.
La fisonomista (Béatrice Dalle)  
Momentos de desinhibición y comunicación no verbal

Las modas y las drogas son compañeras que pasan rápido entre danzas tribales. John tiene la inocencia infantil por bandera. May es muy extrovertida y le encanta bailar. Son dos espíritus antagónicos, una de las fuerzas de esta jungla. Su charlas en el reservado, la sensación de que algo extraordinario va a sucederle, sin percatarse de que puede haber pasado por delante de sus narices, y la atracción de una mujer sensible hacia tanto enigma dan alas a este abordaje de la espera y la atracción. El director austriaco traslada el texto de Henry James a la sala de fiestas donde las épocas se suceden sin prisa. La bestia en la jungla es una recolección de pequeñas píldoras que dan vida a la literatura. La bestia en la jungla es la historia de la música moderna conduciendo la narración desde el sonido disco de 1979 hasta el tecno de 2004 en una progresión orquestal. El desenfreno de ritmos electrónicos se traduce en coreografía orgánica de un público que desconoce lo obsceno. El cambio también se aprecia en el vestuario. Chiha homenajea a los primeros valientes de Greenwich Village que contorneaban sus cuerpos en las discotecas de moda. La arquitectura barroca de una caja de música bailona imanta con su frialdad; el color es un rayo láser; la oscuridad atrae; la fuerza del local taciturno llama a la socialización, no asfixia: cada pieza ocupa su lugar sin invadir el ajeno. Los diálogos nadan en una frialdad intencionada, proporcionando un grado de intranquilidad que no se da por vencida. El entorno recreado palpita con furia minimalista. El señor de los aseos (vigilante) que escucha, mientras disecciona con su observación caras y palabras, es un sicólogo autodidacta, un Humphrey Bogart sin gabardina ni aspecto seductor. Magnético. Las canciones de Yelli Yelli crean paisajes sonoros despiertos.
El paso del tiempo hace que la vitalidad se debilite en los supervivientes mientras otros caen por el camino. John bordea el abismo a su manera dentro del existencialismo que busca un más allá onírico, confiando en un futuro que atenaza en vez de afrontarlo. Se sueña con la lozanía eterna, la caducidad agrieta la piel tersa y deforma ideas vitalistas. Las aventuras juveniles que priorizaban vivir a tope tienen cara triste.

Mary y John mirando al mundo  
La magia desaparece fuera de la discoteca que unió a May y John

Se asiste a través de las 625 líneas a cambios sociales como el mandato de Mitterrand, la crisis del SIDA, la caída del Muro de Berlín y el 11 de septiembre. Estos elementos estructurales forman parte de un esqueleto histórico que, sin resultar apabullante, vivifica un largometraje actual señalado por el calendario. Este movimiento en el calendario se disfruta entre campanadas que enlazan despedida con bienvenida. La velocidad, lenta pero constante, enfatiza el salto a una madurez que se siente resignada, aceptando su inclusión en la rueda social anteriormente rechazada. Nadie quiere reconocer que la treintena es el preámbulo de una vejez implícita en la mocedad.
El encuentro entre John y May reúne a su complejidad. Las palabras tejen el nido de una amistad que, sin comerlo ni beberlo, se ha hecho mayor. El secreto ordena un lenguaje propio que va desde la espera angustiosa de él hasta la ocultación de ella, convirtiendo a la privacidad en otra bestia que devora en silencio. Esta relación poco usual crea un cuento de amor sensible donde el tiempo es la Celestina que unirá almas e instantes cargados de mística afectiva y emocional.

J. G.


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