La escasez de diálogos es consustancial a la expresividad de imágenes fuertes y personales. Cada situación compone una frase exteriorizada a través de la decepción y la obligatoriedad luchadora que defiende su tierra. El empuje actoral materializa los sueños.
Franz Rogowski transita de la euforia a la castración emotiva en un proceso que conoce el placer y sufre dolor. El tronco de
Disco Boy crece entre la necesidad de olvidar un origen gracias a la
Legión Extranjera francesa y de perpetuar la independencia a través del
MEND (Movimiento para la Emancipación del Delta del Níger). La vanguardia de la lucha armada se mezcla con la preparación militar del Ejército galo. La película bélica se mezcla con la inmigración y tiene algo de animación con textura de juego videográfico nocturno. La banda sonora de
Vitalic hace de los ritmos electrónicos un propulsor de la desazón y el miedo, la locura y el éxtasis. Vincula vidas a golpes de tecno. La lucha es una danza que se fusiona con el relato místico de vida y muerte.
Disco Boy expande su alma musical desde los movimientos tribales, en estado de trance entre Jomo y su hermana Udoka, hasta la aparición de la discoteca como elemento de ocio occidental. La relación emocional de los hermanos da paso a una levitación de Jomo ante Aleksei mientras la mirada, desafiante, conecta espíritus. Jomo es el
alter ego de Aleksei. Jomo es un guerrillero; Aleksei, una pieza del engranaje militar alienante, un soldado de poco fortuna. Su imagen sufre una metamorfosis desde el paisajismo naturalista de Europa hasta la selva africana. En la parte final, su fuerza postraumática inunda la pantalla. La magia de la danza lo absorbe, creando ambientes de inseguridad que acrecientan su magnetismo y fragilidad.