El nombre original de Golda Meir era Golda Mabovitch, de procedencia kievita. Junto a la esrilanquesa
Sirimavo Bandaranaike y la india
Indira Gandhi, fue la tercera mujer en el mundo que desempeñó el cargo de primera ministra. Guy Nattiv se acerca a la aventura arriesgada de mostrar un espíritu controvertido y batallador que a nadie deja impasible. Si además, añadimos que el papel de Golda Meir es interpretado por
Helen Mirren la curiosidad está asegurada. El arranque de un largometraje que atrae más al documental que a la ficción dramática inicia una endeblez creciente. Se asemeja al andar de una actriz encapsulada en prótesis para imitar los pasos de una figura en decadencia física y política. El entramado bélico se inicia con coletazos de sabia informativa, anunciado un enfrentamiento que transformó el sionismo en fenómeno internacional. Golda arranca desde el final, con los pasos lentos de una mujer cansada hacia una testificación ante la historia en la
comisión de Agranat. Era 1974 cuando la mandataria
laborista israelí debía dar explicaciones ante las acusaciones que la señalaban como la principal culpable de las muertes de dos mil compatriotas en la
guerra del Yom Kippur. El director que revisa a la
Dama de Hierro de Oriente Próximo entiende a Golda Meir como
‹‹la persona equivocada en el lugar equivocado en el momento equivocado›› marcada por las dudas, una predisposición para anotar el número de víctimas en su libreta personal. Los debates existenciales se envolvían entre el humo del tabaco que devoraba. Los mecanismos oníricos incrementaban su paranoia marcada por un remordimiento que se tragaba.