Nada aparece novedoso en otra repetición de acciones y personajes con ganas de convertir el mundo en una finca particular. El riesgo y el ganado estelar campan a sus anchas por estas tierras entre aventuras disparatadas que, en busca de la sorpresa, aburren quemando gasolina y llanta. La velocidad, de nuevo, los catapulta hacia un vértigo que surca cielos, levanta casquetes polares y recorre el mundo en una gira de 140 minutos que no lleva a ninguna parte. Tampoco revela destinos insólitos, al estilo
007, en un ir y venir frenético que sólo provoca estrabismo y dolor de cuello al espectador poco adicto a la droga de las sagas. Y es que, como el título indica entre lo provocativo, el anuncio de perfumería y el de ropa íntima masculina, ya van diez versiones de la misma idea. La novedad huye cada vez que escucha el eco del estribillo
Fast Furious. El círculo emotivo que forjó su unión entre carreras callejeras y olor a llantas desgastadas, está agotando (si no lo hizo hace tiempo) los recursos para mantenerse en un pedestal de barro. Los amantes del ritmo rodante y el peligro juguetón contemplan ojipláticos como sus titanes pasan al bando de los buenos, de los apagafuegos que son perseguidos por quienes les han visto crecer y, de alguna manera, sufrieron los efectos colaterales de su justicia más vandálica que honesta.