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CINE Y ESPECTÁCULOS
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LA PULCRITUD EL ABURRIMIENTO
Película Asteroid City


J. G.
(Madrid, España)

Asteroid City
Ficha Técnica Video    
El ingenio es una cualidad tan brillante como peligrosa que puede convertir una idea en extraordinaria o el desencadenante de una locura acelerada. Wes Anderson la utiliza para edificar mundos que no pasan inadvertidos. El escenario desértico en donde explaya su creación más reciente se llama Chinchón, lugar impensable gracias a los recursos estéticos empleados. No busca el exhibicionismo de pistas geográficas para debatir sobre las localizaciones de una película plana e impecable. El entorno se llama vacío, la nada, el aislacionismo del ruido urbano. Con ello se consigue un retroceso en el tiempo. Los tumbos del guion se maquillan con la purpurina de una fotografía que eclipsa la frescura narrativa. Los minutos se detienen en la época Eisenhower, marcada por los ensayos nucleares en desiertos olvidados. La importancia manierista del contexto tiene mucho que ver con la idea a trasmitir y la manera de hacerlo. La imaginación del espectador se deja cautivar por el universo que Anderson maquina en su mente de fabulador privilegiado. Un magnetismo insensible atrapa como otra invasión de marcianos donde la figura del alienígena focaliza la atracción como anécdota escrita en mayúsculas, forma parte de este decorado cremoso, tan minimalista como abandonado. No se trata de la invasión que aterriza en la Tierra en Mars Attacks! sino del bicho que mira a los terrícolas como lo que somos: un grano de arena en la inmensidad del cosmos. Asteroyd City es eso: un pedazo de arena convertida en vitalismo teatral y cinematográfico.
 
Los protagonistas de 'Asteroid City' están parados en tierra inóspita  
La presencia alienígena ocupa el interés miliar por la acción

Los planos que imponen su protagonismo frente a las personas desde el comienzo marcan la pauta de un concepto milimétrico de la narración audiovisual. La ironía se apodera de una feria escolar para cerebros adolescentes que han inventado artilugios extravagantes para divertirse, de utilidad escasa. Estas mentes se enorgullecen con pereza, como si su inteligencia se riera del mundo. Se presentan con una distinción pálida pero activa, creadora de un trasto capaz de proyectar la bandera norteamericana en la luna, como holograma patriótico yanqui que ratifica su conquista espacial, eso sí, con una visión alejada de Stanley Kubrick. El espacio juega un papel crucial en este entorno donde cine y teatro entablan un diálogo preparatorio para la creación artística. El esqueleto de una fraseología vertiginosa descubre el libreto de una obra teatral sin renunciar a una puesta en escena cinematográfica. La caravana de diálogos acelerados paraliza la fluidez de la exposición visual hasta que su empacho es un invasor molesto. Parece que la pretensión de Anderson es que eclipsar lo sonoro para abandonarse a la plasticidad de su belleza visual. Su énfasis en planos color pastel, trávelins con sabor a poblado del Oeste tranquilizan. La quietud del aquí no pasa nada antecede a una invasión más terrícola que galáctica. La individualidad que forma el conjunto de siluetas protagónicas, algún figurante pasajero y espacios desérticos blinda claroscuros que delimitan su expresividad técnica y una narrativa centrada en sí mismo. Su embeleso muestra a interpretaciones que cumplen a rajatabla los puntos y comas de un argumento frío. Esta horizontalidad rechaza el sentimiento, sin frustración ni orgullo: son monolitos de la declamación encerrados en una comuna jipy prisionera de un destino que no controla. El nivel de realidad cromática cambia con el deje radiofónico del presentador Bryan Cranston como lector de escenas venideras. La aparición del escritor trabajando frente a su máquina de escribir, Edward Norton, se pasea en bata playera para desvelar misterios de su obra inconclusa.

Bryan Cranston es el presentador que introduce las escenas de una película irregular  
La convención de cerebros adolescenteas de Asteroid City muestra inventos poco prácticos

La convención es retratada como un congreso elitista en donde no faltan los puestos de perritos calientes para popularizar el encuentro. La magia de Anderson ironiza con el aroma a multitud buscando vida extraterrestre. Su humor críptico lo separa de otros cineastas, incide en la crítica social con la especulación inmobiliaria o el armamentismo de manera sutil. El director tejano es el ratón aventajado que no se deja atrapar en su simbología relatora para atraerte a dominios donde sólo caben dos perspectivas: la admiración o el rechazo. Desafía a la moderación con un trabajo de purismo estético y contenido aburrido. Los personajes acuden en tropel como en imitan el caos de La crónica francesa (del Liberty, Kansas Evening Sun) o El Gran Hotel Budapest, imitan a los de Pirandello en busca de un autor acartonados por su artificiosidad. Asteroid City es una reunión de amigos de profesión para hacerse la foto familiar sin componente emocional, un goteo de caras famosas sin actores memorables. La firma de Wes Anderson no es aval suficiente para aplaudir a un realizador encerrado en la fantasía de su club privado. Otra excentricidad suya retrocede en el tiempo en busca de la posmodernidad como un Indiana Jones en busca el grial que no necesita. A pesar de su perfección técnica, el resultado anodino e indigesto no produce diarrea, ¡qué ya es un triunfo!

J. G.


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