La excusa perfecta para que una idea atractiva, y manida, focalice miradas hacia el cine independiente ha llegado. Independencia donde el protagonismo y la realización son íntegramente femeninos. Este aspecto subyacente no debe despistar el interés escaso levantado por un largometraje, modélico en su duración, con más pompa que enjundia. Como no es justo defender un envoltorio por su presentación, debe decirse que Itsaso Arana ofrece una ópera prima pretenciosa, bañada de tranquilidad silvestre, cuyos paralelismos literarios evocan a
Molière en bicicleta. El hecho de que la cineasta navarra se integre en el elenco para empatizar con sus miembros y espectador no dice nada, eclipsada por actrices con talla resolutiva. Sin embargo, ni
Bárbara Lennie ni
Irene Escolar, como embajadoras del grupo, mejoran el concepto onírico del metacine disuelto en el amor, la belleza, la orfandad, bastante amistad o la muerte. Son figuras puestas delante de la cámara que moldean la preparación de una obra cinematográfica a través de otra que no termina de crecer. El enanismo emocional es sobresaliente, cosa que no impide crear complicidad entre mujeres que se sienten realizadas al expandir su creatividad sin trabas. Sí,
Las chicas están bien es un producto femenil para todos los públicos aunque no todos la amarán con la misma intensidad. Se mueve en la cuerda floja del desafío a las normas del rodaje que, armando el esqueleto de una película, edifica otra sin dirección fija. El enfoque que las actrices dan a su ejercicio interpretativo se acerca a la trastienda de los ensayos como parte de una cotidianeidad laboral. Su ambiente en la naturaleza alcanza una atmósfera viciada sin contaminar. Tampoco aparecen tramas que internamente persigan un final, salvo momentos escogidos de intimidad lograda.