Andrea Riseborough interpreta en
To Leslie a una madre que se ríe de la sociedad gracias a un golpe de suerte lotero aunque luego esa bola de cristal se convierta en un nubarrón inesperado. Para el director
Gene Stupnitsky, no interesa conocer cómo Maddie se ha endeudado sino acoplar su situación en un contexto asfixiado por el descubierto que el banco no perdona. El ansia paterna por un despertar artificial a las relaciones sociales y sexuales de un chaval manso condimenta una olla mal cocinada. El pimentón dulce de este guiso quiere saborizar a la insulsez a través de quienes no saben educar a un hijo que desconocen. En este largometraje, con embargo de vehículo incluido y el hogar por perder, es más fácil alquilar una vagina que una casa. El chiste fácil y el tacto casposo de un humor revenido activan la seriedad aburrida. La ocurrencia oportunista se viste de blanco para hacerse graciosa con un vocabulario vulgar en busca de su identificación generacional. La chanza llevada a lo inapetente se pierde en la ingravidez del sinsentido aunque los cabezas de familia pongan buena voluntad en el estímulo de un vástago con la testosterona dormida. Quizás la soledad sea la base de un crecimiento hormonal que ha descubierto un camino nuevo para alcanzar el frenesí genital. ¿Acaso es eso malo? ¿No merece preocupación mayor la ceguera paternalista por despertar al joven carnalmente dormido ante la mecánica de la biología humana? Para que luego se lancen alarmas contra la rebeldía imberbe causante de traumas familiares. El ritmo aceptable no consigue eludir la cosmética de una película rancia que mezcla de juventud y madurez en una ensalada sin cuerpo.