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CINE Y ESPECTÁCULOS
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ESPEJO GENERACIONAL
Dedicado a Concha Velasco


J. G.
(Madrid, España)

La actriz Concha Velasco ha muerto
   
Los admiradores crecen como enanos el día de tu muerte. En el ambiente de la farándula, donde la imagen dirige los corrillos mediáticos convertidos en homenajes póstumos, el tributo altera la parrilla de la programación. El recuerdo a una vida durante sesenta minutos se adapta al momento para escribir lo efímero con letras mayúsculas. Concha Velasco no se ha salvado de este fusilamiento buenista. La artista pucelana atraviesa el paredón que los vivos diseñan a los muertos para convertirlo en paseíllo con más pinta de desfile mortuorio que respetuoso. Se sabe todo sobre el difunto y pocos dominan la profundidad de su vida. Todos conocemos anécdotas guardadas en la intimidad hasta hoy como tesoros inéditos. Todos somos expertos emotivos sobre una personalidad convertida en personaje. No sé si decir que Concha Velasco pasó a mejor vida o que dejó de pertenecer al universo de los vivos para hacerse inmortal. Su recuerdo martillea hasta que el olvido pasa la factura obligada a la noticia. Todos hablamos de la Velasco. Todos la recuerdan, todos conocen sus películas (que no fueron pocas), todos la encumbran. Todos quieren unirse al club de los selectos que conocen al muerto, uniéndose al convite de la fama.
 
Sí, la Velasco (denominación campechana como su procedencia) se ha muerto, la ha palmado, ha estirado la pata. Su remembranza solidifica una presencia poliédrica, descansa en la memoria por mucho que alguien intente mantener viva una llama que ha dejado de alumbrar. Es el repaso televisivo de una época marcada por el blanco y negro y su evolución a la tele a colorines a través de un destape que supo capear con arte torero. Concha Velasco siempre será la chica de la Cruz Roja, una muchacha de vacaciones en Mallorca, esa actriz que alimentó los suspiros de una España rancia que se abría al destape. Fue aquella persona que formaba, junto al bocadillo de chocolate o nocilla, un golpe de rebeldía, ingenuidad o desenfadado como entrante para las noches marcadas por los rombos de la censura.
La evolución de su carrera cultivó un género en el que siempre se sintió cómoda: el teatro. Era buena sobre las tablas, mejor que delante de la cámara. Quizás esa diferencia de registro se deba a los papeles que le dieron de comer. Le tocó vivir una época de proximidad franquista que, poco a poco, fue abandonando hasta convertirse en roja convencida. Creció junto al cineasta José Luis Sáenz de Heredia para convertirse en icono cultural del régimen. ¿Fue una decisión personal o prefirió tragar antes que roer el destierro en un ambiente que marginaba si no aceptabas su sumisión? Se convirtió en la chica yeyé, otro prototipo español de una cultura nacional que buscaba un europeísmo de manera autodidacta, abriendo una carrera musical compuesta por once discos. Capitaneó el programa Cine de barrio con más brillantina que esplendor.
Pieza importante para el celuloide de la dictadura franquista, la Transición la convirtió en figura asentada de un soporte cultural emergente. De perseguir a los directores para escapar de las producciones cutres pasó a ser codiciada por figuras como Pedro Olea, Antonio Artero, Jaime Camino, Roberto Bodegas, Angelino Fons, Fernando Fernán Gómez, Mario Camus, Jaime de Armiñán, David Trueba o Josefina Molina. Galardones no le han faltado: Goya de Honor en 2013, Max de Honor en 2019, Valle Inclán a mejor actriz por Hécuba en 2015, Ondas a mejor actriz por Gran Hotel en 2012 o Espiga de Oro de la Seminci por La hora bruja en 1985. Los años de ¡Pim, pam, pum... ¡fuego!, Las largas vacaciones del 36, La colmena, Esquilache (su primera candidatura al Goya) y Más allá del jardín (segunda nominación al premio) se cierran con la madurez de la que considera su película testamento, París-Tombuctú. La última aparición en la gran pantalla con Malasana 32 fue un gesto anecdótico. Debutó en la revista gracias a ¡Ven y ven al Eslava! (1959), siguiendo Los Derechos de la Mujer, la comedia The Boyfriend o Don Juan Tenorio (ambas piezas dirigidas por Luis Escobar). El musical palpó su desparpajo en Yo Me Bajo En La Próxima ¿Y Usted?, Mata-Hari, escritos y dirigidos por Adolfo Marsillach, o Mamá, ¡Quiero Ser Artista! Emuló a Barbra Streisand en Hello, Dolly! con Las manzanas del viernes. Demostró talento dramático en la serie televisiva Teresa de Jesús o en el largometraje Tormento, inspirado en la novela homónima de Benito Pérez Galdós.

Tuvo sus líos con el fisco. En vez de tanto estrujar la noticia como parte de un guion simplón y oportunista escasean los análisis serios sobre el respeto hacia alguien que, aunque no encandile, ha hecho algo en favor de la cultura española. Concha Velasco murió agarrando la mano de Manuel Velasco, su hijo mayor fruto de una relación con el director de fotografía Fernando Arribas. Será otra gallina de los huevos de oro estilo FlixÓlé con sabor a tortilla de patatas y tormenta veraniega. Finalmente, caerá en el olvido lógico de un mundo que juega a ser más rápido que James Dean. Tiempo al tiempo.

J. G.


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