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CINE Y ESPECTÁCULOS
CARTELERA CULTURAL
Histórico
 
 
 


DECEPCIÓN HISTÓRICA ENTRE CONQUISTAS Y DERROTAS
Película Napoleón


J. G.
(Madrid, España)

Napoleón
Ficha Técnica Video    
De las películas que han abordado la figura de Napoleón Bonaparte, pocas han respetado el idioma nativo del golpista convertido en dictador. Ridley Scott se suma a quienes proporcionan una identidad lingüística lejana a la plasticidad francesa. Este es el primer aspecto que produce rechazo en un largometraje ostentoso en forma, liviano en contenido y parco a la hora de trabajar el perfil del protagonista. Napoleón aparece como otra pieza de un rompecabezas histórico con trazos belicosos. ¿Dónde está el hombre con sus dudas y enfrentamientos, con sus opositores políticos y habilidades militares? El corso retratado por el director británico es una pegatina que tapa los agujeros de una proyección insuficiente y duración excesiva. La visión individualista de la celebridad olvida al hombre de Estado, al estratega, al negociador o al sujeto eufórico en su endiosamiento imperial. La profundización en el icono emblemático, con fobias y aciertos, pasa de largo en este empalago visual. Napoleón nos introduce a golpetazos guerreros en enfrentamientos históricos convertidos en carnicerías donde ni triunfo ni derrota se saborean. En vez de ahondar en la semblanza de un momento histórico con sosiego, se hace un recorrido anecdótico con aires bufones. Este tratamiento simplifica el peso de Napoleón Bonaparte. Apenas conexo a la Revolución Francesa que lo aupó ni siquiera existen referencias al apoyo eclesiástico que recibió tras el fracaso de un complot contra su persona. Ridley Scott quiere dejar un legado cinematográfico próximo a las superproducciones centradas en lo impactante del plano largo y la concentración de extras. Mientras, descuida la riqueza de la sencillez gestual o los silencios. Su trigésimo segunda película muestra a un símbolo histórico que no destaca por sus cualidades políticas, revolucionarias, militares o estadistas. Es un figurín con galones autoproclamados, exhibidos en los conflictos que protagonizó. La narración está bien como muestrario rápido por el recorrido de sus andanzas combatientes. Las menciones irrelevantes a los encuentros amorosos, la necesidad equina de aparearse o la concepción de la mujer como elemento procreador engrosan los atributos de un hombre castrado emocionalmente. La obsesión sucesoria del varón que perpetúe la extensión de sus conquistas, más alineadas a Hitler que a Alejandro Magno, complementa las vísceras aprovechadas por los buitres. Este conjunto napoleónico puede entretener sin emocionar.
 
Paul Barras (Tahar Rahim, a la izquierda) y Napoleón (Joaquim Phoenix, en el centro) preparándose para un ataque nocturno  
El Duque de Wellington (Rupert Everett)

La crónica de los hechos se divide en partes que contextualizan el momento, pasando por el reinado del terror hasta la época imperial sin llegar a dibujar un retrato jugoso. La campaña de Rusia marcó el principio de su decadencia mientras su incursión en España apenas se menciona. La documentación histórica se apoya en el vestuario rico y detallista y una fotografía trabajada. Ridley Scott tampoco se corta en expresar la violencia física de la guerra. Las lides de un sujeto guiñolesco pasan como un relato cronológico sin mostrar las repercusiones de sus éxitos y fracasos. Napoleón, de Ridley Scott, arropado visualmente por la fuerza de la acción en campo abierto, es menos personal que el Napoleón de Paolo Virzí. Menos cautivador, menos creíble, más somático, más plano. Es la continuidad de un ascenso meteórico resuelto en su castillo militar y una caída que acaba en destierro y muerte. ¿Será cierto que el acercamiento irónico del director al personaje quiere enfatizar a alguien que no necesita hacer mucho para mostrar vulgaridad? ¿Dónde está el Joaquin Phoenix que deleitó con I'm Still Here, The Master, El sueño de Ellis o Her? Tahar Rahim se pone en la piel de Paul Barras sin dejar huella.
Napoleón es aparatoso, engorda el aburrimiento sobre alguien que, poco a poco, pierde su halo divino. La estampa de un individuo que quiso cambiar Francia y el mundo no reluce con este enfoque nuevo. Ridley Scott ha modelado una imagen llena de inseguridades donde el espectador percibe con más fuerza el peso del fracaso que el éxito. Su Napoleón Bonaparte será más recordado por el número de los muertos que ocasionaron las batallas más importantes en un ejercicio pedagógico. Se agradece pero no interesa.

J. G.


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