El post punk de los años ochenta, época dorada paral cualquier estilo musical, se escuchó en Madrid. Killing Joke se presentaron casi de incógnito en la sala Heineken, sin publicidad. El grupo de Jaz Coleman (voz, programaciones) y “Geordie” Walker (guitarra), tras numerosos cambios en la formación, vuelve a sus orígenes para reunirse con Paul Ferguson (batería) y Martin “Youth” Glover al bajo. Los miembros originales de estos dinosaurios punk revivieron sus dos primeros álbumes clásicos: “Killing Joke” (1980) y “What’s THIS For…!” (1981) en una noche para el recuerdo. La banda de Notting Hill estuvo precedida de Treponem Pal, un grupo entre el hardcore y lo industrial. El ambiente que estos parisinos crearon fue oscuro y duro.
El físico y voz pesadas de Marco Neves tantearon a un público deseoso de escuchar “Requiem", "Tomorrow's World" o "Bloodsport". Destacó por sus gestos zen y de santoral. Se parecía a Gandhī con unos kilos de más y en vaqueros. Cumplieron su cometido con honores, pero sin expectaciones. La sala estaba bastante vacía, los oídos puestos en la siguiente actuación de Coleman.
Entre oscuridad y música perteneciente a “La Guerra de las Galaxias” el vocalista de Killing Joke se abría paso, acechante. Se presentó vestido con un amono marrón y la cara maquillada como un payaso. El rojo de su sonrisa circense recordaba a la de Joker, el malvado de Batman que Jack Nicholson y su histrionismo bordaron en el cine. La música de “Comunion” hizo que se moviera con pasos robóticos. Tenía la mirada escrutadora de Dani Filth, dueña de una agresividad fría, de autómata. Metales y programaciones. Los ingredientes necesrios para crear una atmósfera industrial, algo inhóspita si no fuera por esa sonrisa. Frialdad, control. La madrileña sala Rock-Ola disfrutó de su directo por primera vez hace veinticinco años, en plena efervescencia punk. Por aquel entonces eran unos punk que no dejaban de saltar y soltar adrenalina y sonidos destructores. Todo fue surrealista.
La canción "Wardance" envolvió a la sala Heineken en un halo de locura general. Otro himno. Sus movimientos seguían siendo herméticos, prisioneros de una coraza invisible. Inexpresivo. Un zombi sacado de “Thriller”, el video del tándem Jon Landis-Michael Jackson. Los sonidos electrónicos machacones, que en algunos temas se presentaron como loops programados, parecían la banda sonora de “Blade”. La mezcla de punk, hardcore, electro incluso rave, que fue llenando los vacíos de la sala comenzó a resultar cansina. El concierto avanzaba y los sonidos punk se fueron superponiendo a los industriales del Roland hasta ganarles la partida. Un punk que adolecía de salvajismo, pero era enérgico. Algún seguidor de los que se deja caer por las filas de atrás le dan duro al mini de cerveza, recordaba a los Sex Pistols. El fantasma de Syd Vicious se paseó entre el humo de la sala, siempre escondido.
El concierto tomó un giro inesperado cuando la voz de Jaz Coleman se hizo más rota, más punk. Los acordes de guitarra eran sostenidos y la rabia escénica contenida. Fue un concierto que hizo mover los pies hasta al que no era fan de Killing Joke. Se vio a una Heineken con tres cuartos de su capacidad Se vio a una Heineken con tres cuando podría haber estado hasta la bandera. Los que disfrutando de la sonrisa cómica de Killing Joke eran seguidores de todas las tallas y edades.