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REGGAE REVIVAL
(The Wailers. "Exodus" 30 Anniversary.
Sala Joy Eslava. 03 de octubre de 2008)

J. G.
(Madrid, España)

The Wailers

Robert Nesta Marley,  a.k.a. Bob Marley, exportó la música reggae fuera de Jamaica. Su carisma y el buen hacer de sus melodías la convirtieron en un fenómeno global, antes de que los políticos se adueñaran de esta palabra. En una religión sin catedrales ni santones. El trío "Wailing Wailers", formado por él, Bunny Wailer y Peter Tosh, hizo de esta música un referente cultural desde los años sesenta del siglo pasado.

The Wailers llevan más de tres décadas paseando el reggae por el mundo. Es inevitable tener presente la figura Bob Marley para referirse al grupo. Es sinónimo de música caribeña, de rasta, de Jamaica, marihuana y “Exodus”, su obra póstuma. Este disco supuso el encumbramiento de The Wailers y un acercamiento a Etiopía, cuna de los rastafaris.


En octubre de 1966 Bob Marley se trasladó desde Rhoden Hall a Kingston, seis meses después de que el emperador etíope Hailè Selassiè visitara Jamaica. El mandatario africano impulsó el movimiento rastafari de la isla. Bob se acercó a esta creencia y comenzó a reflejarla en su música.

La presencia de su grupo en Madrid contribuyó a revivir un trozo de la magia que siempre ha rodeado al reggae. Y de su historia. La  música de The Wailers es perezosa en arrancar, caliente e hipnótica. La renovación del grupo con Elan Atias como vocalista escondía la esperanza de lo desconocido. Ganas por darlo todo no le faltaron, aunque su voz sólo guarda el recuerdo de Bob Marley. Se aleja de las sorpresas. El bajo de Aston “Familyman” Barrett, el último reducto de la leyenda Bob Marley & The Wailers, inundó de reggae y nostalgia una atmósfera cargada de hierba.

El olor a porro estaba justificado. En casi todos los conciertos se ha cogido la norma de arrancar con una pieza instrumental, para calentar el ambiente. El bajo de Barrett y Keith Sterling al teclado se encargaron de abrir fuego con “Cobra Tunnings”. Una pieza demasiado larga y vacía.
Una pequeña jam session de sonidos tropicales: Kingston en la memoria pero con un ritmo parado. La banda se presentó algo diseminada. Los músicos estaban absortos en sus propios instrumentos. Ni miradas ni juegos sonoros entre ellos arrojaban un atisbo de complicidad

Sonaba el reggae, pero no se sentía el reggae. ¿Quizás faltaba un líder? La aparición de Elan Atias en escena no supuso nada nuevo al telón de fondo. Pantalones vaqueros, gorra verde oliva de tela, de aspecto militar poco marcial. Sencillo, tirando a hardcore. Por lo visto, el magnetismo se lo había dejado en el backstage mientras que las guitarras se mantuvieron firmes. Nihil novum sub sole.

El público se rindió a este grupo añejo con temas históricos desde el primer acorde. Canción a canción algo comenzaba a palparse en el aire: “Natural Mystic”, “Keep on waiting”, “Sheriff”, “Nothing is worth”.
Elan se movía por el escenario como un gato saltarín, se lo trabajaba.
Sus ires y venires no consiguieron despertar al duende que seguramente lleva dentro. Fue un dinamismo aburrido que hacía piruetas en el escenario pero sin gracia. El recuerdo a Bob Marley ganaba peso en cada nota, incluso en cada título. Su fantasma fue visible. La voz de Elan se perdió en varias ocasiones entre las guitarras. Era débil, no peleona. Las canciones sonaban frías. Sólo la guitarra de Aston “Familyman” Barrett y el teclado de Keith Sterling las salvaron.

The Wailers permanecerán en el recuerdo como una pieza de museo. Su música fue un revival del pasado antológico. ¿Para cuándo nuevas canciones? El exotismo del concierto se lo llevó una corista de ébano. Femenina, enigmática. Unos pies descalzos fueron la batuta de sus movimientos. La nota sensual de esta actuación. Su vestimenta, larga y cremosa, se deslizaba sobre su piel oscura.

El sonido de la sala dejó mucho que desear, siendo injusto con los veinticinco euros que había costado ese concierto “histórico”.

El aire facilón y pegadizo en “Stir it up” puso patas arriba a un público más que entregado. Nunca defraudó, al revés: coreó las canciones ganando espectáculo. Luz de mecheros con el estribillo de “No woman no cry”. El punteo eléctrico de Audley Chisholm durante unos minutos se adueñó del escenario, dejando a Elan en segundo plano.

La juerga y el meneito del concierto estaban en el gallinero, donde la gente no dejaba de liarse porros. El público volvió a ser protagonista en “Is This Love” yOne love, one life /people get ready. La frase que mejor resume este concierto, sacada entre los comentarios de la gente, fue “estoy soñando despierto”. Unas palabras ocasionadas por la emoción de la música jamaicana o por el colocón del porro. El reggae salió ganando y la devoción a The Wailers quedó constatada entre el público madrileño.

 

 

J. G.

La revista Photomusik no se hace responsable de las opiniones de sus colaboradores expuestas en esta sección.
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