La música que se programa en El Perro de la Parte de Atrás del Coche no es cómoda para el público masivo. Su aceptación resulta minoritaria. Los asíduos a este local underground buscan algo fuera de lo común; conocen los palos que allí se mueven. Su oscuridad rojiza nos adentra en la boca de un volcán con erupciones que alcalzan lo sentidos de manera visceral. El escenario se cubre de humo mientras la sombras de Olivier Arson, David Sergeant y Javi Tasio invaden el escenario como fantasmas silenciosos. La música de Territoire aguarda inquieta. Esta atmósfera grisácea y chirriante se mueve con el manto orgánico de estelas adornando esta oscuridad de manera natural.
Los instrumentos, arropados por una tela que no deja ver el horizonte cercano, propagan una intesidad que sólo permite esta falta de comunicación visual. La música del proyecto encabezado por el músico francés se encargó de conducir sus vibraciones entre el chorro de humo constante. Sombras que se mueven por la oscuridad a ritmo de acústica krautrock y psicodelia. Escasez de voces humanas y predominio del grito instrumental hacen de Territoire una banda incómoda, cáustica y, cuanto menos, interesante. Juegos en la luz oscura, cánticos entre la ditorsión melódica y el quejido electrónico: introducción perfecta de lo que se viene encima con Father Murphy.
En esta atmósfera de alterada electricidad, Father Murphy (cuyo apodo esconde el nombre de Federico Zanatta) no lo tuvo difícil a la hora de empatizar con un público consagrado al aullido metafórico. Su actuación fue un canto a la génesis del hombre: su soledad, la experimentación e ingenio creativo. La electrónica describe paisajes musicales sacados de manera espontánea. A primera vista, su aspecto le convierte en un pacífico granjero que puebla la América profunda, inquieto y deboto. Una esencia que choca con el espíritu disonante de sus melodías.
Parece entablar una batalla con el micro, del que no se separa y contra el que arremete sonidos furiosos mientras puntea su guitarra bajo éxtasis. El ambient se mezcla con un electroshock sin tregua, creando una senda por la que obligadamente hay que internarse para conectar con su música oscura.
Su guitarra muerde los riffs con distorsiones sonoras. El ruido aterrador canta a la concordancia sonora en verso libre. Su acompañante a los teclados, Chiara Lee, maneja la imaginación sonora con la misma destreza mezclando sonidos alucinógenos. La guitarra se mezcla con la artesanía de la cacerolas haciendo sonidos; ruido que compone pentagramas auditivos incrustándose en el cerebro, descarnados y siderales. Mundos lunares y canciones que experimentan con lo más rudimentario del hombre para expresar su estado de ánimo.
La atmósfera caótica alcanza el zenit/culmen gracias a notas desencajadas: todo es neo, mucha psicodelia. Canción tras canción, la música de Father Murphy empuja con su fuerza hacia la búsqueda de caracolas lunares que nos permitan escuchar el vaivén de las olas electrónicas que mueven este mar acústico.