La música del desierto suena eléctrica. Mdou Moctar, más que una luz cósmica, iluminó El Sol con ritmos étnico-eléctricos. La audiencia se derritió, sorprendida con agrado, ante la mayestática altura de Mdou. Una altura no sólo física; también musical. El artista nigeriano convirtió este corazón de sonidos innovadores en el templo de la devoción guitarrista, acoplada al sabor natural de sus canciones. Atraen y proyectan color en el alma que busca la alineación con el cuerpo en forma de movimientos tribales.
Las canciones de Mdou Moctar son cataratas expresivas que fusionan el calor desértico con la vida de los oasis, acariciada por la frescura de una palmera que mueve sus ramas al son de “Adounia”.
La actuación fue un regalo por su esplendor, por las inyecciones de optimismo lanzadas en el espíritu de las canciones; una dedicatoria al colorido de sonidos tan intensos como palpitantes. Sobre el escenario, a pesar de lucir una figura monolítica, la intensidad de su música, sin olvidar el toque autóctono que la hace distinta a otras, hizo saltar los plomos de un audiencia rendida desde el comienzo, muy enrollada, universal.
El ritmo corrió por sus venas invitando al baile, entre tribal y freestyle. La gente entró a formar parte de un trance carismático, improvisando movimientos; dejando que la libertad imaginativa creara nuevas danzas, todas distintas. Dentro de este ágape danzarín, Mdou, envuelto en una mirada sin horizonte (siempre misteriosa), secaba el sudor del rostro mientras las cuerdas de su guitarra también sudaban. Este recital eléctrico sería difícil de cuadrar sin la ayuda de Ahmoudou Madassane, otro guitarrista mágico, junto a la batería imparable de Mahmoud Ahmed Jabre, dibujando un cuadro sonoro en forma de acuarela africana. La música ofrecida, tan estilizada como su figura, sorprendió. Mdou Moctar rompe las normas, aportando la fuerza de su voz, en tamashek, inusual por estos lugares para un concierto de rock eléctrico.
Este guitarrista zurdo ofreció una demostración de loops discotequeros, agradables y pegadizos: una sinfonía de explosión bereber. La música de la guitarra tuareg se acopló al sentimiento eléctrico con tanta sencillez como originalidad y virtuosismo. Su espíritu rebosa armonía inquieta. El interés por la integración musical en su vida se ha visto reflejado en los coqueteos con el mundo cinematográfico, protagonizando la primera película en lengua tuareg de la historia: “Akounak Teggdalit Taha Tazoughai” (2015).
El rey de la guitarra tuareg, de la psicodelia Sahel, calzó una actuación redonda, sin flecos rotos. Esta música ensancha su dimensión transfronteriza si, en un ejercicio imaginativo, cerramos los ojos, dejándonos llevar por lo que sus sonidos dibujen en nuestro subconsciente. Los paisajes ingleses de James Blasckshaw ofrecieron una calma tan suave como pasajera. Mdou Moctar no es ni Prince ni Hendrix, es, en su humildad de sinfonismo tuareg, el gran guitarrista nigeriano.