¿Qué fue primero: la gallina o el huevo; el movimiento de la mano humana o la música del theremín? Mientras Javier Díez Ena acaricia el metal sin tocarlo, consigue un tono oscuro y ondulante cuyas notas dibujaron la estela de un pentagrama anárquico proveniente de otras galaxias sonoras. El ritmo siniestro se apodera de un recinto familiar evocando cuentos de brujas y ambientes nebulosos, llenos de bruma espectral. Los arpegios del instrumento creado por el inventor ruso Léon Theremin son imaginación pura; las manos de Javier Díez Ena, encantadoras de serpientes con un sentido especial del ritmo y la sincronía entre acordes a veces chirriantes; otras, balsámicos. La gracia de su trabajo radica en la compenetración entre las manos del artista, capaces de armonizar resonancias descompuestas, y un dispositivo tan peculiar.
La suya es una música muy visual, fecundadora de creatividad con fuerza poderosa y sugestiva; atractiva. Es relajación y concentración, espacio y soledad compartidos dentro del mismo entorno pacífico. El repertorio de Javier traza un viaje comandado por el sistema armónico de escalas perfectamente construido. El paso del desfile militar abre las puertas a una fantasmal “Berlin Ghost Opera”, acompañada de las proyecciones en blanco y negro que eclipsan el carácter sobrio del ritmo castrense. El trance constate funciona como homenaje personal al mundo de los espíritus que quitan el sueño, a Murnau, al catastrofismo. Es una música para escuchar atentos y admirados mientras el recuerdo a R2-D2 despierta como si entre este robot y el theremín se estableciera la conexión deseada por Eleanor Arroway (Jodie Foster) en la película “Contact”, de Robert Zemeckis. El toque machacón y asfixiante da paso a sonidos caribeños que, convertidos en himnos al aloha, viajan hasta las playas hawaianas. Tampoco faltó el recuerdo al surf con “Sunny Garcia”, dedicada al surfista hawaiano ni la presentación de un tema nuevo, “Luna llena”.
Javier Díez Ena difunde la limpieza de lo analógico junto al talento de su aportación personal entre la electrónica y lo artesanal. El ritmo de “Cracovia afterdark” recuerda al bullicio del barrio bohemio de Kazimierz, y su ambiente gótico, envueltos en el calor zíngaro de ecos tan gitanos como rabelianos.
El recuerdo a Duke Ellington (otro loco del theremín), despertó en “Caravan” con brillo Hip-Hop, scatches incluidos. Este clásico fue el tema más rompedor del concierto en cuanto a variedad melodiosa y juego con los armónicos, otorgando al theremín una psicodelia teatral orgánica.
Fue un lujo verlo tocar, por primera vez, con dos theremines al mismo tiempo, creando composiciones de perfección improvisada. Escuchar a Javier Díez Ena es entrar en otra dimensión, dejando al director de Cuarto Milenio, Iker Jiménez, aislado en una galaxia remota. En el universo del músico y periodista zaragozano reina la armonía cósmica y sensorial únicas.