El trabajo bien hecho se agradece por partida doble: desde el bienestar profesional del músico satisfecho hasta el agradecimiento
del público recompensado. Fuerza y cadencia pasaron una noche memorable en Moby Dick. Los ojos de Cristian del Corral analizaron la sala nada más subirse al escenario
aunque la audiencia no prestara atención a sus primeros acordes. Este comienzo tímido, arropado por indumentaria de cantautor bohemio, pronto se subió a la grupa del
ritmo guitarrero con sabor urbano y actual, más metropolitano que campestre. Su música es una mezcla de folk y rock inquieto en el que lo sinfónico se une a lo
tradicional para explosionar en un sonido efectivo. Marcus Wilson, siempre pegado a una guitarra eléctrica caliente, dio rienda suelta a un talento virtuoso. Juega
con ella como un niño con su imaginación: sin límites. Cada nota se convierte en una pieza instrumental limpia creando sonidos espeluznantes; su presencia evoca
plasticidad indomable, paisajes abiertos que invitan a cerrar los ojos para abandonarse en el vientre de una oquedad acogedora. Personal. El quinteto madrileño suena
tan bien que te apetece abandonar a tu chica para entregarte a su música. Sus canciones despiertan una danza ceremoniosa decorada por matices sonoros que se hacen
escuchar con facilidad hipnótica y potente. Son pegadizas, enérgicas, llenas de estilo; ajenas a lo complejo.
La temperatura fue subiendo gradualmente con intensidad roquera. Es imposible rechazar la invitación de Luback al movimiento de caderas y brazos, piernas, corazón y
espíritu danzarín. Dinámico y roquero.
El ambiente de júbilo dentro y fuera del escenario vibró gracias a la fuerza incombustible de Marcus con esa guitarra explosiva que exprimió hasta el límite. Hoy se
sienten más protegidos y estables sobre un escenario que se les queda pequeño. Su magnitud sobresaliente proviene de un pedigrí cosechado concierto tras concierto,
sin intención de anticiparse al éxito; un destino que les viene persiguiendo desde hace tiempo. Tocaron entre amigos un rock alejado de las etiquetas musicales.
Su música tántrica, con la guitarra como sello de la casa, está cargada de emoción, suavidad y garra roquera en una convivencia llevada con maestría. Sonidos que
recuerdan y aplausos que recuerdan el éxito cosechado en su anterior visita a Madrid, el 16 de septiembre de 2016 en El Sol.
La voz templada de un vocalista sólido y tranquilo dio un toque dulce a la fuerza roquera que ha marcado el músculo de este concierto. Canción tras canción, en forma
de regalo, fuimos descubriendo la parte más dura de Luback, no por ello menos atractiva.
Luback son música y respiran música.