La aclaración es pertinente antes de que la confusión embargue al lector: ni Orfeón Gagarin es el nombre de un asteroide ni
Esplendor Geométrico la denominación científica de una nueva supernova. La conexión terrestre que une a estos artistas de la experimentación musical busca establecer
puntos en común entre su trabajo y su público. Miguel Ángel Ruiz es un astronauta solitario que descubre la melodía de otros planetas combinando ingravidez espacial con
impulsos intrigantes. La órbita trazada por la melodía impulsada por Orfeón Gagarin discurre entre paisajes sonoros modulados por la electrónica componiendo una
odisea espacial del clubbing acelerado.
Después de tres décadas flotando por el espacio exterior, el miembro de proyectos como Dekatron II o Codachrom aterriza en El Sol (otra coincidencia astral) con una
música que no pasa desapercibida. A pesar de que sus composiciones invoquen la presencia de atmósferas galácticas, no existe una conexión con Yuri Gagarin a pesar de que sus sonidos atraigan la presencia de oscuridades lunares y enajenaciones terrícolas. Su sonido underground,
mezcla de sintetizador y poesía maquinista invasora sin intenciones colonizadoras, tiene un ritmo organizado tan limpio como sintético. Poco a poco, una serenata
organizada por oscilaciones sonoras dibujó mundos marcianos junto al movimiento de visuales sugestivos, oníricos y caleidoscópicos. Miguel Ángel Ruin (Orfeón Gagarin)
dejó la estela de una acústica orgánica cargada de electricidad.
Esta no es la primera vez que el telonero eclipsa al nombre del grupo que llena el cartel. Esplendor Geométrico resplandeció en los corazones del recuerdo a Aviador
Dro y sus Obreros Especializados.
El dúo sinóptico formado por Arturo Lanz y Saverio Evangelista aporreó los altavoces con intensidad machacona convertida en obsesión. Arturo, convertido en mesías
bajado de los cielos galácticos, hipnotizó a un público consagrado a la locura idólatra del artista. Sus gruñidos se convirtieron en insignia de una fuerza vocal
llena de portento vandálico. Los ruidos frenéticos precipitaron una carrera loca hacia el bombardeo de bucles torturadores. Tanta electrónica quedó reducida a una
asepsia odiosa, aburrida, artificial donde la confitura de laboratorio borró la frescura del producto ecológico. ¡Aguantar este compás tan pastoso pide un paracetamol
a gritos!
El Sol bailó al paso de esta rave trasnochada que Arturo Lanz coronó con desfiles de pasarela exhibicionista. Sobró ruido y faltó inspiración musical. La nostalgia
por lo analógico engulló la magia del estallido que Esplendor Geométrico trasformó en una alienación absoluta.