El rock español goza de buen salud. La aparición constante de grupos nacionales en el circuito de salas aumenta su importancia. Su gran calidad sonora y compositiva sorprende más a la crítica que al público, quien disfruta el momento con mayor intensidad. Se está acabando el estigma de que la buena música proviene del extranjero; eso ya ha quedado en el baúl de los recuerdos. Si, además, añadimos el papel vital desempeñado por las salas de conciertos, a pesar de que la crisis siga ahí, el panorama no es tan sombrío.
Reunir a dos exponentes como Medusa Box y Playa Cuberris es un lujo eclipsado solamente por las grandes bandas del espectro comercial. Los primeros se lanzaron al escenario seguros del espectáculo que habían preparado, sumergidos en el poder de unas canciones batalladoras; y, todo hay que decirlo, con el apoyo incondicional de amigos fieles. La banda surgida en La Bisbal d'Empordà encontró un ambiente familiar que aumentó su cercanía; sonó potente, estimulante, universal. Hacen ese rock que huele a garaje donde las latas de gasolina y los tubos de escape no esconden su presencia: lo inflamable se siente con una proximidad atrayente. Las guitarras decoraron la sala gracias a sonidos entre los que el punk saltaba sin querer imponer su ley. La voz de Enric Mont rompía el micro con fuerza creativa, constante e insaciable de ruido. Sus instrumentos son pistolas cargadas que disparan en el momento oportuno con puntería certera hacia el corazón roquero del púbico.
La magia de Medusa Box conduce a lo mejor del espíritu británico; no puede ocultar influencias de Mando Diao, Rolling Stones, Radiohead, Elvis Presley, Red Hot Chili Peppers o Arctic monkeys.
El concepto de rock playa no hace mención al primer disco de los Súper Ratones ni a ritmos casposos de chancla y pandereta sino que es el DNI musical de Playa Cuberris. Su estilo va más allá de la innovación; instala las bases de una contundencia que no envejece. Rock, funk y mucho pop personal tienen cabida en el personalidad de Playa Cuberris. Caminan enchufados al ritmo incombustible y energía insaciable.
Envueltos en este equilibrio divertido, a caballo entre la potencia roquera y suavidad del pop mercantilista, se apartan de la trampa extendida por el estribillo repetitivo. Sus temas hacen sentirse cómodos dentro de la sencillez directa, exenta de complicaciones y florituras. Se nota que están hechas con ganas y efectismo. Tampoco buscan el agotamiento de los clichés; exploran la innovación en cada nota, en los textos armados. Sin llegar a la fatiga causada por el rock más loco, Peto Girón (vocalista y guitarra) es compostura escénica que agita masas.
La música presentada viste sensaciones envolventes, playeras (hay que reconocerlo) y alejadas de los castillos de arena. La correcta sintonía, convertida en hacha de guerra, reparte buenas vibraciones. La seducción en el escenario convive con el sonido Seattle, cierto recuerdo al rock de los 90 y autenticidad. Tampoco desprecian al Country, evidente en ‹‹El rey de la ciudad››.
El primer disco de Playa Cuberris entra a matar sin llegar al homicidio: es abierto, limpio y diáfano; no esconde grandes enigmas; se expresa con naturalidad vocal.
El directo de los madrileños no cae en la improvisación descontrolada; revoluciona sin alterar. Furia nuclear y huracán, nombres del primer y tercer corte de su nuevo trabajo, resumen el espíritu de un concierto singular. Playa Cubertis hacen de la frescura su insignia.
