La originalidad propuso un viaje en el tiempo musical llamado Tomaccos. El sexteto se presentó como la reencarnación del jazz orquestal clásico. El ritmo salido de sus venas contagió una música que nunca muere. La sala El Sol, llena hasta la bandera, justificaba el deseo de una audiencia entregada a los sonidos divertidos y llenos de matices. El segundo trabajo, haciendo gala de un espíritu intemporal y festivo, nos acerca a sus grandes pasiones: el swing y el charlestón. Esta joven banda que tiene sus orígenes a caballo entre Toledo, Madrid y Mississippi, se enfrenta a la Ley Seca con una música refrescante y optimista, bailona.
El escenario, inundado por el acento español de la bailaora Juana Navarro, se convirtió en la casa de todos gracias a Spanish Food, zapateado incluido. La música participativa se acercó al público. Las canciones sonaron a swing casero apoyado en letras de temática hogareña. El combo liderado por Captain Edward Mill (Edu Molina) representa un salto en el tiempo recordando ese Back in Time que las películas de Robert Zemeckis popularizaron. Su vestimenta es un cromo de las fiestas de Nueva Orleans, año 1929. El violín folk de Anita Kostakovic y la guitarra omnipresente nacida del reciclaje jugaron a la síncopa perfecta. Las referencias musicales beben del sonido tradicional americano: desde el Hillbilly hasta el Bluegrass, presentes en Toledo, OH. La melodía, llena de cromatismo desenfadado, divirtió por su agrado al tacto sonoro. La música de Tomaccos rescató el sonido con raíces, alejado de las listas de éxitos y el triunfo pasajero. Fue un sábado nocturno cardíaco, imitación al ritmo de Polanski con Danzad, Danzad malditos. El público se divertía repartido en tres segmentos rítmicos: los que, atrás, bailaban entre contorsiones disparadas; quienes ponían la atención en el fuego escénico percibido; y la primera fila, reservada para los privilegiados que prefirieron disfrutar sentados saboreando una cerveza.
La temática que reunió a Tomaccos fue variada y dinámica, sin hacer el juego a la diversión pasajera. Cantaron inspirándose en la esclavitud, recordando la historia de amor entre dos personas que encajan en el mismo lugar pero no en el mismo tiempo; el idilio imposible de un esquizofrénico prendado de una estatua de sal hasta Buonasera, el clásico de Adriano Celentano a modo de despedida con olor a taberna, whisky, tequila y Alabama de 1920; sin olvidar la divertida Frenzy, perteneciente al disco anterior: "La primera canción más corta de la historia", según Edu Molina.
El concierto se fue completando con la llegada de invitados que hicieron de esta noche agitada una gran carpa festiva. Tomaccos trajeron el corazón de Norteamérica el corazón de Madrid.