Aunque suene a bandolero tejano, Elsanto es el sobrenombre artístico de Santiago Ruiz Alconero. El músico madrileño, conocido por su huella impresa en el quinteto 69 revoluciones, además de ser compositor, multinstrumentista y productor, ahora se lanza a la arena musical con su primer disco homónimo en solitario. El folk, country y rock de raíces americanas que despliega comparten escenario con un gusto por la música de tradición hispánica. El sonido eléctrico camina junto a la guitarra acústica en un aglomerado de referencias culturales que Santiago engarza con el sabor popular. Su barba y guitarra inconfundibles dan un aire de hombre sin destino ni patria que perfuma con una melodía universal.
Este artista multidisciplinar presentó disco y banda, Los Huaqueros: denominación que da lugar a dudas interpretativas. Según el diccionario de la RAE, huaquero es una persona que busca tesoros ocultos en guacas y realiza la excavación consiguiente por lucro o afición. El premio que persiguen Elsanto y los suyos es la conquista de una audiencia que aprecie la composición limpia y cercana. Sus intenciones son diáfanas y legales: hacernos disfrutar de un estilo propio, establecido sobre las bases del rock con toques disco, huidizo de las trampas digitales.
El aire vaquero inicial mudó su pigmentación a un ambiente pop dirigido hacia ritmos más movidos, con toques eléctricos y el protagonismo de una guitarra peleona. Elsanto y los Huaqueros hicieron del concierto una alternancia de oleaje rítmico entre música rápida y otra más tranquila. Los miembros del grupo se entregaron a la fuerza directora de un jefe que forma parte de un conjunto.
Lejos de acaparar el protagonismo, Elsanto, en un homenaje a sus comienzos musicales, contó con la colaboración de Teo Fernández, vocalista de 69 revoluciones. Las canciones discurrieron entre el rock todoterreno de Neil Young y la suavidad mentolada de Johnny Cash. Despertaron la sustancia crítica y urbana del mejor rock español con alma de rima vallecana. Su música analógica descorchó el buqué del caldo artesanal, su voz oscura y fina campó por la diversidad estilística con destreza atlética. El juego estético de esta eufonía, con intención de quedarse, estuvo acompañado por la entidad campestre de un sombrero peregrino, apasionado por las carreteras solitarias.