La música se acerca al corazón con sentimiento reconciliador en Navidad. En este juego de coqueteo romántico, el intérprete eleva su voz entre libertad inspiradora. Los grandes se hacen niños. El público atento saborea cada brizna de sonido con un silencio respetuoso. El latir del violonchelo, a dúo con el piano, rellena el eco de un teatro oscuro y ensimismado. Las notas musicales hablan entre sí puntuando cada frase con arpegios bailarines. Una mano frota el arco contra las cuerdas con la suavidad de un peine deleitándose con caricias suaves. Alma Hernán Benedí descubrió esta magia a los ocho años; desde entonces la ha cultivado con delicadeza. Chopin enamora el reflejo de la luna con nenúfares de Monet en la Sonata para Violonchelo Sol menor, la concertista madrileña mantiene su cuerpo erguido con rectitud escultural. La música otoñal cae despacio sobre hojarasca húmeda y marrón, aterciopelada, abriendo paso a Tristesse du soir, de Massenet.
El creador compone y el músico, predica su obra. La voz y el sonido fusionan esta compenetración. El encuentro charla con el paso del tiempo al atardecer. Les roses d'Ispahan impregnan de aroma colorista un mundo mágico, abierto a los sueños. Ese aire viajero que Rimsky-Korsakov exprimió con dulzura geográfica en su Canción India de la Ópera Sadko. El aroma delicado de Henri Duparc en su pañuelo musical exalta la melancolía del romanticismo decimonónico. La Canción del Arlequín con sabor a opereta y zarzuela se acerca a la sensibilidad terrenal con descaro picaresco; penetra saltarina. Junto a Amador Vives, el canto respingón de Enrique Granados luce en La maja y el ruiseñor la intensidad de las pinturas goyescas.
El cello de Alma Hernán, una de las tres integrantes del Trío Dèlua, alimenta el recuerdo visual de Liv Ullmann en Saraband. La piel se eriza con emoción, el sonido de Bach, reposado y enérgico, abre los sentidos hacia una dimensión intimista. El rastro de Astor Piazzolla vuela entre París y Buenos Aires, el acordéon y el tango, el compositor nostálgico que llora el momento con dolor musical. El soplo de ópera trágica discurre por las venas de Rachmaninoff (Zdies Khorosho) con el punto final. Los protagonistas ejecutores saludan, los aplausos vitorean en el vientre del auditorio, algún bravo no esconde su entusiasmo. Detrás del escenario, Massenet, Fauré, Duparc, A. Vives, J.S Bach, Piazzola o Rimsky-Korsakov ríen y se abrazan mientras todos coinciden: ¡falta algo! Los villancicos se suceden entre el ritmo que ha hermanado modernidad y tradición. El popurrí arrancó con White Christmas, tantas veces llevada al cine; la familiar All I Want For Christmas Is You, de Mariah Carey, pellizcó el lado pop de la Navidad para cerrar con la sombra convertida en presencia obligada de Boney M. y su folclórico Feliz Navidad. Los músicos sonrieron convencidos del valor terapéutico de su música con sabor navideño adictivo.