La presentación de un libro son palabras mayores. La frase suena mayúscula, el ambiente podría ser encopetado, pero... se admiten vaqueros. Las lágrimas tienen prohibida la entrada: por lo demás, el derecho de admisión hace huelga. Todos son bienvenidos: intelectuales, cómicos, espeleólogos, mineros, parlamentarios, oradores, cinéfilos, buscadores de tesoros, registradores de la propiedad... amantes de la literatura. La puesta de largo se impone, como en los bautizos, detallista y distendida. El rito participativo nos permite contar batallitas; el saludo -el de verdad- es más tierno y el calor se siente con especial temperatura. El padre de la criatura se sincera. La ceremonia sube los enteros de una afable cordialidad.
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José Manuel Escribano presentó su primera novela, ‹‹El retrato de Marian Rey››.
El acto tuvo lugar en el Espacio Ecooo, un oasis de aire limpio que invita a reencontrarse con las letras. La funcionalidad del mobiliario lo hace acogedor, discreto, moderno y urbano. La autosuficiencia energética y el entorno límpido (impoluto, puro), sin CO2 contaminante ni efecto invernadero, inocularon a la audiencia las ansias de leer a través de Marian Rey y del protagonismo campechano de su creador. Nada mejor que la lectura para democratizar la energía participativa. La intención solidaria del libro, cuyas ventas se destinan al proyecto BAOBAB, responde a la faceta colaborativa del autor. Además de literaria, la ópera prima de José Manuel tiene piel de trazo comprometido.

La celebración fue el encuentro del autor con su gente ante una sala en expectación. La facundia saltarina de su locuacidad, acostumbrada a lidiar con los micrófonos de La Rosa de los Vientos, nos pilló a todos fuera de juego. Nadie esperaba lo escuchado. Cada vez que este literato entusiasta y radiofónico agarra un micro lo embellece con un discurso colorista y natural.

Las páginas de la novela que el autor llama novelita, con tono de peluche, se abren a la intriga y al humor. La portada abre paso al misterio novelesco, a la sutileza que despierta, sin plagiar su autoría, el recuerdo de Dorian Gray. La compra de una casa en el pueblo es el origen de esta aventura quijotesca. José Manuel es algo quijote aunque tenga los pies en la tierra. Sus palabras descubrieron al hombre lleno de anécdotas que desmonta con chispa al cerebrín más germánico. El muestrario de sucesos rurales hizo entender la mirada transeúnte de las gallinas, que esconde ferocidad y desconfianza, la impronta de la casa de María, su esposa; su experiencia veraniega en un pueblo arriacense aledaño al río Durce que, según él, aún debe estar allí, no así Pascual, el vecino que mataba corderos con un cuchillo tan macabro como el que Leatherface (Gunnar Hansen) portaba en La Matanza de Texas; la mirada de auxilio silencioso de corderos degollados que Manolín jamás olvidará y, para resumir este cuadro memorístico, el pregonero anunciando, trompetilla en boca, la riada del Durce que acabó con los borregos de Pascual. La particularidad de los pueblerinos con sus ‹‹¿ya habéis llegado?››, ‹‹¿cuándo os vais?›› se paseó por sus raíces, descubrió un árbol genealógico a caballo entre la realeza y la cercanía que habitan esta 13, Rue del Percebe. No pudo excluir el recuerdo a Don Alejandro Torres, el abuelo farmacéutico y educador familiar que vigiló su nacimiento; a una ascendencia que se remonta al año 464, la época de Turismundo; a los Torres, fundadores de Gijón; a la creencia de que su padre era Alain Resnes ya que la comadrona recitaba a su madre fragmentos del guion perteneciente a El año pasado en Marienbad; a las trolas de que Franco nunca moriría, ¡verdad maldita!; y a una ristra de pitanzas a cual más jugosa. El músculo humorístico relató una vida trufada de aventuras, empatizó con la sinopsis de un guion para la gran pantalla que pocos directores españoles ajustarían al espíritu de Una Cierta Mirada (quizas la fotografía de José Luis Alcaine podría visualizar la palabra en imágenes). Cuando naces de culo, como apuntó, nada te sorprende. Escribano, para quien la vida aparece como una fábula sonriente entre el drama y la comedia, es así de chistoso.

La llegada de Leo y Mary a Broomville (Arkansas) estructura la obra en tres partes: la primera y la última, situadas en 2015, siguen a los protagonistas en sus andanzas; la central, regresando a 1893, pone el foco en la vitalidad de Marian. Un cuadro surge en sus vidas como regalo insospechado. La retahíla de curiosidades engorda con la acotación siguiente: un día, la pintura, con cara circunspecta y misteriosa, le guiñó un ojo haciendo sombra al naturalismo de La Gioconda y, hete aquí la gracia que colmó el vaso cuando, una de dos (como dice la canción de Aute: o se cambiaba la pared que lo acogía o él escribía algo contando estas cosas. ¡Qué mejor idea para alcanzar la miga que dar la vuelta a la historia de Oscar Wilde y hacer de la decrepitud renovación. Los resortes autobiográficos no existen, José Manuel lo dejó bien claro. Las referencias al cine no podían faltar con la presencia del hijo de Edwin Stanton Porter y su carromato del cinematógrafo.
La novela es el inicio de la trilogía de Broomville con Cine Royal Cinema (la historia de Leo hasta que encuentra a Mary) y La tercera sinfonía (centrada en la de esta mujer).

Érase una vez un matrimonio que compró una casa de pueblo. Ahora es el turno del lector.