Un nombre tan espartano como The Prussians da más respeto que buen rollo. Para juzgar a la banda mallorquina, primero hay que escucharla y ver cómo sus integrantes se mueven por el escenario. Llegaron a Madrid con ilusión, y las maletas cargadas de música, en sus andares por el circuito GPS: un oasis de esperanza para grupos emergentes. La sala Siroco los recibió con las manos abiertas. El templo familiar del universo indie fue una pista de aterrizaje despejada y abarrotada de seguidores.
Los instrumentos acompañaban al listado de canciones que se adhería al suelo como una carátula atractiva. Las luces se apagaron. El primero en aparecer fue Tony Lucena, el batería. Se puso al mando del cañón sonoro con delicadeza despertando un ambiente cercano al jazz. La tranquilidad inspeccionó el lugar mientras el resto de la banda se acopló sin sobresaltos. Las guitarras se apoderaron de una actuación luminosa. The Prussians apostaron por las letras en inglés como vehículo que se acerca mejor a su público, como dijo Dominic Massó, vocalista y guitarra. Su melodía experimentó con texturas enemigas de la uniformidad; se dejaron acariciar rugosas y equilibradas en la suavidad del tacto. Es un tópico decir que ésta ni se compra ni se vende pero The Prussians lo siguen a rajatabla. Las letras no incluyen pensamientos lujosos, no se sienten portavoces de la fama ni mundos en los que lo material sea el espejo del artista sino que se hacen preguntas sobre lo cotidiano. La vida está llena de karma, como titularon al LP segundo. El encabezamiento místico ha dado paso a Mantra, otra canción con tintes espirituales. Tras Make it better y Freak show presentaron sencillo, inspirado como el anterior Kerala en los viajes de Massó a la India.
Los títulos se adentraban con tranquilidad y lentitud en el público aunque los riffs se notaron enérgicos. La melodía seductora investiga caminos lentos y otros más movidos; coquetea con playas tranquilas y el ritmo del colorido jamaicano. La guitarra de Juan David Ayora impulsó el juego musical con su adrenalina humorística. Tony, por detrás, se quitaba la camiseta para que sus golpes de batería sonaran más sudoroso y respirar mejor. Los azules los envolvieron en misterio; los rojos, en explosión; el verde tranquilizaba. Las guitarras, oscuras por momentos, alimentaron el misterio. The Prussians dejaron un sonido templado. The Prussians fueron sobrados de energía. Las caras atónicas de un público embelesado tapaban los huecos mínimos del local. Su agradecimiento no cabía en el recinto completo.
El ambiente pop tuvo su espacio con pasos de Dominic recordando a Michael Jackson en sus pinitos, a la gestualidad que Madonna globalizó con Vogue o La Macarena, de Los Chunguitos. Ojalá que The Prussians no paren de girar: su directo merece ser compartido.