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FIEBRE DISCO
(Las discotecas abren sus puertas)

J. G.
(Madrid, España)

Las discotecas abren sus puertas tras el confinamiento
   

Las pistas de baile se estaban llenando de telarañas con la clausura de los locales que posibilitan el ocio nocturno. El culpable: nuestra pesadilla más pegajosa contra la que aún no hemos aprendido a protegernos. El ocio nocturno ha permanecido clausurado hasta el 3 de julio. Es noche de viernes y la gente emula a John Travolta en un desfogue de aislamiento discotequero. La música sonará de nuevo con nostalgia achuchona. La pista de baile se trasformará en un mercadillo de impresiones, un aparcamiento donde las personas serán utilitarios en punto muerto. De puertas afuera, las colas aguantan con el motor semiapagado aunque el carburante bulla con fuerza de viernes noche. Son cabalgatas que, lejos de interrumpir el tráfico, colapsan la normalidad con un éxtasis confinado. Buscan la opresión de un lugar cerrado en el que, hasta ahora, se usaba para desfogarse. Las medidas de seguridad hacen de esta reapertura el inicio de una etapa con sabor a local exclusivo por la reducción del aforo, limitando la entrada al 40% de su capacidad. Las pistas de baile no se van a poder utilizar para mover el esqueleto ni en plan estreñido. En su lugar, respetando la frontera interpersonal, se podrán poner mesas siempre a metro y medio de distancia. Y la gente, quietecita. Mientras la iniciativa no se convierta en una casa de apuestas, ¿se aceptarán juegos de cartas para matar el rato entre cerveza y cerveza?

La libertad se recupera pero con restricciones lógicas. El confinamiento divertido cambió las caras cuando el encierro atacó los puntos de ocio con intensidad francotiradora. Todos nos hemos convertido en desescaladores profesionales creyendo que bajar sería tan fácil como subir una montaña desconocida: el coronavirus. Pensamos que lo único por hacer sería imitar a Pulgarcito mientras perdemos el respeto con demasiada rapidez a un monstruo de las galletas invisible. Conociendo la laxitud comprobada del español, ¿nos emborracharemos de alegría peligrosa al pensar que este es el comienzo de un final que damos por inaugurado?
Algunas comunidades autónomas han pedido que el cliente deje sus datos para un rastreo eficiente. ¿Esto vulnera la intimidad?… igual que cuando los cedemos libremente a cualquier supermercado para enviarnos ofertas al teléfono móvil. ¿Ponemos objeciones al dejar nuestro DNI en el registro de un hotel?
Circulan vídeos en actitud chulesca restregando juergas privadas donde la ley se salta sin ningún prejuicio ni trampolín. Esta irresponsabilidad de dominio público se contempla con estupor y morbo hasta la próxima quedada playera o barrial. Las discotecas también se han trasladado a las calles. Ahora, todo es macro: macrofiesta, macrobotellón, macroterraza, macrosalvajada.

Los locales de ocio nocturno se abren para reactivar la economía con más ganas que cabeza. La aparición de contagios nuevos no entra en sus cuentas; se entiende. Mientras el sistema de salud pública soporte esta aventura, todo vale. ¿Nos habremos dado cuenta de que la manera eficiente de combatir al virus reside en la disciplina comunitaria? Extendemos el valor de la palabra libertad cuando se refiere al ocio; si ha sido restringida, el deseo desatiende lo cabal y si no, tiempo al tiempo. Somos un país de cenutrios que históricamente no ha sido educado en este vocablo; preferimos confundirlo con la barra libre del libertinaje. Si nos saltamos las reglas, actuamos en connivencia con el coronavirus para fortalecerlo. ¿Qué es más importante: los puestos de trabajo generados por el negocio de la noche o que su uso malentendido incremente la lista de contagiados que infectan a otros?
Acaso el problema no esté en el cierre o activación de discotecas sino en el uso inadecuado por parte de los usuarios. ¿De qué sirve prohibir una discoteca si cada 40 km, sobre todo en la antigua Ruta del Bakalao, los garitos proliferan como setas? Los empresarios del ocio nocturno se escudan, con razón, en que esta medida resulta inútil cuando los jóvenes van a seguir consumiendo alcohol de manera ilegal. ¿Han indagado en el origen de esta actitud? ¿El precio de las consumiciones está regulado?, ¿es asequible para bolsillos en tiempo de crisis? Su ansia capitalista, comprensible, por recuperar lo irrecuperable económicamente se impone.

Antes que permitir la ley del comportamiento incívico en los locales debería borrarse el concepto manipulador de normalidad. Ojalá que esta reapertura clausure los botellones.

 

 

J. G.

La revista Photomusik no se hace responsable de las opiniones de sus colaboradores expuestas en esta sección.
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