Existen cinco tipos de nacionalidad española: de origen, por residencia, por opción, con valor de simple presunción o por Carta de naturaleza. La solicitud debe dirigirse a la Subdirección General de Nacionalidad y Estado Civil, o esperar que te llegue de manera inesperada. Para unos es una bendición; para otros, un regalito de Navidad. Esto segundo es lo que le ha ocurrido al pianista James Rhodes. Su entrega concede ciudadanía doble al habitante Rhodes, algo que no está justificado por tener problemas de persecución política o acoso social, pero en el currículum político de la posteridad queda bien en el currículum político otorgarla. En su caso, más que un privilegio merecido, es un capricho medieval que se contrapone a la globalización que quiere romper fronteras y que tanto nos están haciendo tragar. Un asunto de tendencia caprichosa que suena a momentazo para la posteridad como regalo navideño. El trabajo del músico en favor de los derechos de la infancia, que sufrió abusos sexuales en su niñez, defiende la creación de una ley de protección integral a la infancia y a la adolescencia frente a la violencia. ¿Será el pianista fetiche del Gobierno actual al ser elegido para interpretar el Himno de la Alegría en la presentación del Plan de Reconstrucción, Transformación y Resiliencia de la Economía Española por parte de Pedro Sánchez? Carga simbólica no falta.
¿Si no hubiera sufrido abusos por parte de su padre, no tuviera la proyección artística y mediática que posee, y su preocupación por la infancia hubiese sido igual de entregada, sería tan español como los de Albacete?
Que a Rhodes le hayan concedido la nacionalidad española tiene tufo a concesión anti-brexit. Antes que una figura con méritos suficientes en el campo musical y humano, me preocupan más esas miles de personas anónimas que esperan unos papeles mientras trabajan clandestinamente, y explotados, en España, tras alcanzar suelo libre en patera; se refugian en CIE; se les llama, a veces despectivamente, MENA sin identidad ni entidad. Esas que firman con su sombra y comen la sopa boba de la caridad que no se merecen. No se la merecen porque los pudientes de su tierra los ignoran y persiguen, son manipulados por los gobernantes de los destinos marcados como seguros.
El caso de James Rhodes es una solfa desentonada con algo de justicia, generosidad y mucho de propaganda, de villancico navideño que ha pretendido endulzar una melodía frecuente en lo político y lo sentimental. Más que un privilegio, o un derecho ganado con honradez, suena a inocentada solidaria para un fin de año horribilis.