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LOS INSENSATOS DEL TEATRO BARCELÓ
(Unos irresponsables rompen la distancia de seguridad
y las mascarillas con locura colectiva)

J. G.
(Madrid, España)

Los impresentables del Teatro Barceló se quitan la máscara
   

Las conductas impropias en los locales de ocio se transmiten por la cercanía de la masa. Los sitios cerrados nos guardan de la responsabilidad gracias al anonimato colectivo. La impunidad de plástico genera borregos empecinados en seguir el embotellamiento cazurro. El grupo forma parte de la turba que jalea disturbios indignantes vistos de puertas afuera. Pero llueve sobre mojado.
El coronavirus se ha convertido en palabra maldita que actúa de sujeto en todas las construcciones gramaticales que decimos durante el día. Su impulso letal avanza entre nosotros centrándose en la población desvalida y que las actitudes imprudentes desprotegen. Ahí está el grado solidario de un reducto poblacional convertido en bacteria a extinguir. Es inaceptable que algún descerebrado, por ser joven y creerse en la cima del mundo irreal, se salte las normas de convivencia como divertimento. La traca final de la fiesta, igual que en las reuniones al aire libre, ya no es el baile de los pajaritos a ritmo verbenero o el regatón veraniego. Ya no se mueve el esqueleto entre listas de éxitos apurando el último trago de la copa incluida en el precio de la entrada. No. Ahora la moda obliga a despelotarse de la mascarilla protectora y llenar de aerosoles sospechosos un ambiente viciado por su naturaleza cerrada.

Hace un año, las imágenes de jóvenes danzando, sobándose y gritando como hordas borrachas de felicidad hubieran resultado normales dentro del esparcimiento que su estupidez les permitía. Hoy son una falta de respeto hacia quienes trabajan dentro del recinto alocado y quienes, afuera, las contemplan ojipláticos. La llegada del coronavirus no ha afectado a quienes siguen divirtiéndose sin respetar medidas de protección que exigen una profilaxis de distanciamiento seguro. ¿Se pondrán preservativo cuando el tema se restriega entre sudor calentón? ¿Dónde está la diferencia?
El Teatro Barceló, discoteca exclusiva para cayetanos, se ha transformado en el peor espejo de la juventud madrileña, en reducto para anormales que ponen en juego la salud general dentro y fuera del recinto mientras el número de contagios sube con aceleración de kamikaze. Si lo que esos intrépidos de la insensatez decidieron fue un suicidio colectivo donde todos estaban disfrutando de una muerte compartida, no se les puede negar el capricho. Mientras la broza no rebase el estercolero... pero resulta inadmisible que, después de esa temeridad, se atrevan a salir a la calle con la cara alta, sin multa ni prisión serias, ufanos de que nada pasa y chuleando una diversión de pijos. Quizás busquen la gran ola que Patrick Swayze perseguía en Le llaman Bodhi sobre la que cabalgar unos segundos antes de terminar engullidos por sus fauces arremolinadas.

Los insensatos del Barceló, así quedarán para la posteridad, deberían rendir cuentas a la sociedad que han puesto en peligro. Los propietarios y la seguridad han incumplido las normas sanitarias y del sentido común básicas al haber celebrado un evento de música electrónica sin clausurar inmediatamente esta bacanal de insania, atribuible a un desbarre puntual. Es imperdonable encasquetar el suceso a la exaltación final de una fiesta ruidosa. ¿Que dirá la señora Ayuso? ¿Seguirá apoyando la defensa categórica de la economía ante las personas? Quizás esté fomentando el culto a los cadáveres. El Grupo Trapote, como dueño del teatro-sala de fiestas, tiene parte de responsabilidad al esconderse tras notas de prensa condenatorias contra lo que no puede ser defendido. Los saraos de pinchadiscos que tanto beneficio proporcionan fomentan estas actitudes cavernícolas en favor de la delincuencia discotequera. Los culpables se han ido a casa sin el peso de la ley. No importa tanto las vidas que se han puesto en peligro sino la desfachatez de una juventud que se divierte citándose con la muerte. Otro ejemplo de la república bananera que somos ante el ataque frontal del coronavirus que vive para matar. Si el exterminio se convierte en disfrute privado, que les vaya bien pero que no salgan de su ratonera fortificada con actitudes marcianas. La realización de fiestas ilegales es un problema gordo; ilegal es saltarse las normas que rigen estas reuniones sociales. Pedro Trapote se merece la misma sanción que el conductor circulando en dirección contraria a doscientos km por hora: la retirada de su licencia y la inhabilitación profesional de por vida bajo cualquier nombre comercial. Ni tan siquiera le debería estar permitido vender golosinas o bebidas orgánicas en la Puerta el Sol, acompañado por música de organillo en formato MP3. Aunque es capaz de inventarse un Happening, un after hours o una rave con aire de recogimiento cultural en pleno distrito Centro.

 

 

J. G.

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