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OTRO DÍA MÁS PARA LA COLECCIÓN
(Regreso con tarta de cumpleaños y excursión)

J. G.
(Madrid, España)

Los Rolling Stones festejan su sesenta cumpleaños con una gira europea que comienza en Madrid
   

No hace falta ver en directo a los Rolling Stones para admitir que son una de las mejores bandas roqueras que ha dado la historia si no la mejor. Tampoco es necesario acudir al Wanda Metropolitano para admitir que Mick Jagger y Keith Richards han escrito melodías memorables ni que sus estribillos se tararean en cualquier idioma. Sus satánicas majestades, piedras rodantes, póngase el apelativo que se quiera, llegaron a Madrid para festejar el sesenta cumpleaños en el negocio del disco ahora llamado descarga por internet. Eso no quita para que los más forofos sigan comprando sus éxitos en formato de vinilo. La expectación les acompañaba antes del aterrizaje en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas no porque este concierto suponía el inicio de su gira europea Sixty sino porque las malas lenguas le habían catalogado como la última oportunidad para tenerlos juntos sobre un escenario. Los tres mosqueteros llegaron con grandiosidad presidencial. El público que tomó el estadio del Atlético de Madrid está convencido de que Mike Jagger, Keith Richards y Ron Wood morirán con las botas puestas entre los acordes de Honky Tonk Women o Start Me Up. Charlie Watts, a quien el coronavirus no respetó su estatus de inmortalidad, se largó en 2021 aunque su discreción siga presente como un fantasma supervisor de cada nota en la batería. No les faltan motivos para recibir a la muerte sin sorpresa por los 231 años que suman juntos, de los cuales 183 pertenecen a la vivencia conjunta en los Rolling Stones. Si se aplica una operación aritmética basada en la edad de sus integrantes, la banda será más joven cada vez porque las muertes de los componentes irán disminuyendo esa cifra de vida conjunta, ¡cosas de la vida!

Les sonríe todo: desde la atracción que cubre su nombre con un halo sobrenatural hasta la admiración por un fenómeno de masas que conquista generaciones. Jagger corre salvaje por un espacio construido para deleitar idas y venidas de niño travieso que la longevidad obliga a moderar; es como Roger Daltrey trotando libre en Tommy. Keith Richards ya no hace del cigarro un posado fotográfico. Los dedos largos de Ron Wood afilan el bajo con agilidad. La arruga se impone con naturalidad decana en estos símbolos sonoros. Su voz suena igual, desprovista de fuerza veinteañera, por lógica. Si han firmado un pacto con el diablo será para que satán no tenga que escuchar diariamente la locura de estos inquilinos en el fuego del averno.
Los Rolling Stones son hijos de Brian Epstein, una denominación de origen, un distintivo, un estilo musical, una marca comercial generadora de beneficios económicos suculentos como ocurre con Bruce Springsteen, David Robert Jones (léase David Bowie) o Robert Allen Zimmerman, alias Bob Dylan. Había que ir a ver en directo a los Rolling sin pensar en el dinero, como corresponde a una estrella que se eleva más allá del bien y el mal capitalistas. Había que rascarse entre unos cien euros de la entrada de césped y los casi quinientos que correspondían a un paquete sacacuartos que sirve para presumir la humildad mileurista. Contemplarlos es, aparte de un placer polifónico, una cita social con pedigrí, un argumento seguro para las batallitas de abuelos roqueros. Pero, a parte del espectáculo renovado y una presencia menos libidinosa en los contornos linguales diseñados por John Pasche como portada de Sticky Fingers, ¿hay algo novedoso en sus visitas? El maratón iniciado en Madrid tocó por primera vez Out Of Time en directo. La sorpresa alimentó la singularidad de una canción de la que sólo existen tres versiones oficiales. El personal quiere escuchar melodías grabadas con sangre en el pentagrama de la memoria. El apoyo a Ucrania exigido por la actualidad contribuyó con su grano solidario mientras Beast of Burden y Gimme Shelter bombardeaban un recinto guerrero. Ron Wood tuvo una tarta de cumpleaños multitudinaria que le entronizó como septuagenario consolidado. La edad observa cómo las canciones no envejecen. El repertorio excluyó a Ruby Tuesday, una vez más, que no pudo ser reproducida en gargantas ni guitarras. Nadie niega la potencia stoniana pero hay que admitir que el desenfreno corporal aparentemente descoordinado, y previsible, de Mick Jagger o la mirada menos canalla de Keith Richards ya no impresionan tanto. El enigma de una continuidad familiar con la aparición de John Byron Jagger, sobrino de morritos Jagger, como batería de la Vargas Blues Band, quedó abierto. Siempre apasionarán igual que los amores imposibles: sujetos a la esperanza de no morir jamás. Las ganas por verlos en directo crece con los años sin que los vídeos del pasado recuerden tiempos mejores, como ocurre con KISS o Scorpions. No queremos que se marchiten al aferramos a un presente que odia la senectud y teme la retirada. Nos mentimos deliberadamente al preferir al mito ante el hombre finito.

Antes de movilizar su maquinaria concertística, miraron a lucifer cara a cara junto a la Estatua del Ángel Caído en el Retiro quién sabe si para rendirle pleitesía o reírse de él. Disfrutarlos en directo no tiene gracia si no mascas su sudor, si no te dejas llevar por el pálpito de un corazón con baipás a prueba de bombas o inundas los tímpanos de resaca nostálgica. Es una ofensa saltarse un rito, no apto para muchos bolsillos, que guarda tanto de emoción como de ejercicio poco habitual. Alguien va a misa todos los domingos, otros acude a escuchar a los Rolling Stones como experiencia religiosa totémica. Para sentir su gusanillo no hace falta verlos en directo entre empujones.

 

J. G.

La revista Photomusik no se hace responsable de las opiniones de sus colaboradores expuestas en esta sección.
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