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UN EJEMPLO DE QUE NADIE ES IMPRESCINDIBLE
Película Sin tiempo para morir
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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James Bond es como Rambo: después de sus correrías azarosas no hay nada como olvidar el pasado. Mientras el alumno del coronel Trautman se escondía en un monasterio budista en la tercera ola de la serie, la criatura parida por Ian Fleming es localizado en Jamaica, lejos del ruido que le ha convertido en un animal de compañía demasiado publicitado. El nuevo 007, rebajado en su mando, se muestra ajeno al ambiente que le ha utilizado para solventar causas perdidas entre tortazos y encuentros glamurosos con mujeres tan bellas como peligrosas. La despedida de Daniel Craig se anuncia como la novedad de esta saga. Lo demás se repite en una actualización de la caricatura apegada a sus raíces detectivescas aunque sacrifique algún aspecto que le ha hecho famoso (luego se entenderá esto). La vigésimo quinta producción de Bond como protagonista, y quinta para el actor británico, le despoja de su inaccesibilidad característica, amante del riesgo y seductor empedernido. La talla de la ropa interior es lo único desconocido de este soldado de su Majestad, el resto ha sido destripado con minuciosidad circense: el punto fuerte de su artificio. Cary Joji Fukuyama, una directora impensable para lidiar con estas reses gracias al recuerdo agradable de Jane Eyre, firma un producto de consumo masivo.
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El regreso esperado se anquilosa en la acción menos divertida e igual de pirotécnica que en episodios anteriores. El metraje abusivo tortura al espectador con descaro impositivo, hace del óbito el legado de su testamento universal. La argumentación da valor al sentido común de las armas sofisticadas y la fuerza militar en aras de la paz mundial. El villano sigue siendo malo, Bond resurge como el rescatador de un mundo en decadencia, una pieza destacada en la vitrina recordatoria que nunca muere (o nunca tiene tiempo para ello). La monotonía golpeadora que mezcla el amor traicionado con la venganza, el espionaje y la codicia humana aburre. El héroe humanizado se acerca al público en un adiós empalagoso excepto para idólatras zombis. La repetición de acrobacias, derrapes y otros enseres volatineros no se sale ni una coma de lo conocido. El acercamiento a la actualidad a través de la manipulación genética hace manitas con el aire retro proporcionado por el Aston Martin DB5 sin la elegancia que Sean Connery mantuvo. Las incorporaciones nuevas acrecientan un repertorio coral adaptado a la superficialidad proactiva. La maldad de Lyutsifer Safin, interpretada por un Rami Malik desaprovechado, encarna al bellaco atractivo en su vileza intensa. El vestuario, sin la comicidad de Will Smith y Tommy Lee Jones en Hombres de negro, acerca al varón de andar por casa. El superagente abonado a casinos, champán y fresas decide no explotar esa atmósfera repetitiva. Lo femenino pasa de ser objeto a convertirse en sujeto esencial para la existencia de un individuo con derecho a morir. Incluso el lenguaje se aleja de la obscenidad machista acostumbrada. La diversidad de decorados se pasea por Escandinavia, Jamaica, Islas Feroe o Italia en una gira con guiños a Spectre. La música de Hans Zimmer, excepto la canción principa No Time to Die, rescata títulos antiguos adaptados a la modernidad, algo que despierta nostalgia. |
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El resto se conoce: mamporros que suenan más de lo que duelen en un universo donde la tecnología al servicio de la imaginación armamentística nunca tiene fin. James Bond sin sus juguetitos de laboratorio y la presencia del Doctor No, Tiburón, Auric Goldfinger, Blofeld, Le Chiffre o el mercenario Primo, entre otros, es una pieza prescindible en un tablero que necesita al perverso para justificar su valía. Sólo queda añadir, antes de despedir al actor frente al personaje, que el agente secreto es más que un número: se reencarnará en otro rostro con las mismas ganas de participar en guiones insustanciales. Bond es un hombre-máquina que trabaja para el MI6, se retira, disfruta el reposo caribeño, ama, presta sus servicios a la CIA, es delatado, regresa con carta para matar, vive la muerte en primera persona, no descansa pero agota. |
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