Cuando
Balzac escribió
Las ilusiones perdidas no pensó que el título de su obra pudiera servir como referencia para otras de trascendencia menos importante. La rivalidad entre los Reyes Magos y Santa Claus es más cultural que espiritual. El premio al buen comportamiento anual tiene regalo de autoconsolación en ellos.
Paco Caballero construye una película superficial con formato de partido futbolístico en el que cada contrincante defiende sus intereses. La batalla entre figuras milenarias levanta un combate con más porte comercial que humano. Los
Reyes Magos observan como el hombre bonachón venido del hielo les roba protagonismo a la hora de entregar ilusión en un territorio abonado por los de Oriente. La fecha de su presencia se ha asociado a la necesidad del regalo. La magia de su aparición no entra por la chimenea ni por el balcón sino a través de ojos televisivos. El acercamiento a cierta humanización lanza guiños a la solidaridad con el inmigrante convertido en inquilino de un pesebre occidental. La connotación social regala elementos cómicos como la sustitución del camello por la furgoneta atravesando Gibraltar como un extranjero con papeles. El sarcasmo comparativo encuentra en el chiste fácil su forma de ser.
La discusión sobre la supremacía del modelo papa Noel o Rey Mago se desarrolla en una reunión secreta al estilo
Club Bilderberg o
G20 cosmopolita, loca y abierta a la rivalidad. La competitividad alcanza las bofetadas de plástico a ritmo desacompasado de
El tamborilero. Las aspiraciones de esta disputa son atractivas cuando se pretende humanizar un contexto invadido por la pelea. La presencia motorizada de Santa Claus ha cambiado el trineo por un vehículo deportivo, cercano a
GRU o
Austin Powers.
Reyes contra Santa es ágil al presentar imágenes adaptadas a los tiempos.
Karra Elejalde gruñe con facilidad hasta recomponer un final feliz de cuento cerrado.
David Verdaguer es más sensible en el papel de Gaspar y Baltsar, Matías Janick, se comporta con educación regia. La interpretación de Eva Ugarte merece una dedicatoria por su sencillez y cercanía. La naturalidad del personaje, Belén, forma parte del universo metafórico ya mencionado. Se agradece ante tanto histrionismo.