Aún existen Reyes Magos. Los de ahora son más veloces y portan cargas más livianas. El oro, incienso y mirra se han transformado en megas, gigas y terabytes de ocio. “Veni, vidi, vici” o “Llegué, me comprimí y me auto ejecuté”.
Nuestro ocio tiene el alma recubierta de coltán, columnita-tantalita, que hace posible que el corazón de los PCs, portátiles, teléfonos móviles, GPS, satélites artificiales, armas teledirigidas, televisores de plasma, PDAs, MP3, MP4, viva. Muchas guerras están manchadas por el interés de gobernar sobre él. Nuestro ocio causa guerras y es moneda de explotación. El coltán nos hace felices, ponga un negro del Congo en su salvapantallas.
Ha pasado tiempo desde que dejé de escribir la carta a los Reyes Magos, o lo que sean, en papel. La última vez que lo hice fue a través de e-mail, yo me considero verde: ¡sí a la selva del Amazonas!. Por el momento, no permito que la webcam invada mi intimidad más profunda.
La industria es imparable. El beneficio empresarial ha estado, y seguirá, por encima de la racionalidad de su cadena productiva. Producir para consumir más y más rápido, más novedades con la misma utilidad básica en el menor tiempo posible. Vivimos un momento de crisis, desaceleración y recesión económicas. Carbón para aguantar el tirón y para reflexionar más allá de lo material y sobre nuestro comportamiento ante lo tangible. El ingenio se muestra más lúcido y el polvo huele a oro: gramolas digitales, radio-cds, relojes y gafas de buceo con cámara.
Esas cosas que elevan mi ego y reconfortan mi propio mundo ebúrneo, como en la tele. Talent-show, reality-show. Muy amazing.
El negro del metro que vende pirata tiene una cara más humana y solidaria que el tinglado tecnológico que le da para malvivir. Es Baltasar. Le vemos todo el año, convivimos con él. No luce su manto real ni se encuentra rodeado de la parafernalia navideña. Le consideramos como paria exento de magia en fechas de consumo gigatrónico. El carácter zoroástrico de sus Majestades ha sido suplantado por otro más tecnológico y frívolo. Quién se imagina a un Melchor repartiendo besos o a Gaspar saltando por lo balcones con una saca repleta de solidaridad. Sería un buen regalo para todos.
Cuando la infancia nos sonreía, todos hemos anhelado ser caballeros de un mecano medieval, soldados universales o roqueros trasnochados. Soñábamos con giras inventadas, autógrafos y la guitarra de plástico. Los modelos de lujo incluían melodías programadas. Sólo contabas con tu ilusión, ni tan siquiera tenías que apuntarte a un curso intensivo por correspondencia. Cuando aún era imberbe y diminuto, me enganchó esa guitarra que estaba expuesta en la única juguetería de mi pueblo. Mantuvimos un romance corto pero intenso. Hoy me frustraría al no saber elegir entre una Sing Star, Guitar Hero, su versión World Tour, o una Guitar Star.
Los juguetes musicales que conocí han dejado paso a emuladores de Britney Spears o karaokes interactivos, comunidades de músicos virtuales y otras chuches tecnológicas. Puedo tener Eurovisión al alcance de mi mando. Si se entera la SGAE, me echa el guante antes de que lo sienta. Siempre queda la opción barata y más verde/solidaria de buscar en internet un sofware open source. Siempre nos quedará YouToube.
¿Y si la SGAE me pilla difundiendo mi música y lucrándome con ella? Vendiéndola en el Rastro de Madrid o regalándosela a mis amigos. Se me caería el pelo y el talento. No merece la pena contratar a un músico en mi hipotética boda. Pueden colar una cámara en el ágape para cerciorarse de que la música que se baila está o no libre de canon. La sociedad que gestiona los derechos de autor tiene a su propia policía que busca hacer caja. Si me pongo a tararear la Macarena en la parada del autobús, sus sabuesos son capaces de hacerme pagar. Más carbón para esta asesina del software libre.
Aunque no entiendo su voracidad cuando leo que las descargas legales de música se han duplicado en España entre 2007 y 2008.
No he escrito carta a los Reyes Magos, se me olvidó. Por si acaso, he puesto el disco extraíble y mi USB de ocho gigas a los pies de la cama.