La música ya no amansa a las fieras sino que las atrae, hambrientas de fanatismo. Su intolerancia les dará el pasaporte hacia el paraíso del profeta. Es un viaje en primera clase que sacrifica a inocentes por una causa manipulada. La aniquilación de unos se convierte en la resurrección de creyentes ignorantes que se dejan manejar mientras son devorados por el radicalismo más abyecto. Las mentes perturbadas del yihadismo se han cebado con los más indefensos en una selección intencionada. Ahora ya no se recluta a escuadrones de la muerte futuros; ahora, la cabeza de la serpiente no tiene que hacer el trabajo sucio; los asesinos asientan el fanatismo ayudados por las nuevas tecnologías. Cuando les tildamos de lobos solitarios se les está dando una categoría que no se merecen. Lobo solitario es el que caza fuera de la manada porque no se ha seguido los pasos del rebaño. Los carroñeros yihadistas asesinan en soledad para enaltecer su ego enfermo, para certificar la fe en una mentira. En vez de lobos solitarios son perros atormentados que juegan a una guerra infiel con la vida. Se convierten en víctimas de su cerrazón religiosa y podredumbre mental. Su óbito no es un delito sino la masacre ocasionada. Atentando contra niños y mujeres mezclados saben que golpean lo más vulnerable de un sociedad que se resiste a ser doblegada por su tiranía. No se dan cuenta que crispan el ambiente xenófobo e islamófobo hacia compatriotas que no viven el radicalismo con tanto fervor. Ellos, camino de Alá, no lo saben convertidos en cenizas de su inmolación sagrada.

Los acordes de Ariana Grande desaparecieron en el pabellón del Manchester Arena cuando un cráter de explosiones estalló sin esperarlo. El público congregado vio cómo la alegría que provoca la música pop se convirtió en pánico. La locura del islamismo integrista mata para redimirse es un disco rayado que odia el playback. Tampoco parece importarle que sus magnicidios sacralicen la cruzada de la extrema derecha en Europa. La detonación y los gritos de familias destrozadas han traspasado fronteras, la impotencia ha sentido rabia, la solidaridad con el ciudadano inglés de ultramar ha aparcado diferencias, el brexit suena a chiste político. En estos momentos amargos hay que ser fuertes y realistas; no dejarnos llevar por los soflamas del hervor momentáneo. Eso de no nos vencerán, ganaremos esta guerra suena repetitivo. Son valores ciertos pero oportunistas sacados de la chistera fraternal como conejos para salir del paso. Aún está fresco el recuerdo de Bataclan, también durante un concierto de música. Para muchos, se trató del último vals mientras que la mayoría de los asistentes sólo recuerda canciones chamuscadas por la metralla.

A pesar de que la naturaleza de la asistencia mayoritaria fuera más infantil que adulta, los titulares que ponen el acento en el niño como sujeto amarillista me revuelven las tripas. Los gobiernos, en un acto de responsabilidad ciudadana, instauran un estado de emergencia momentáneo hasta que el fuego se calme. Estas actuaciones sirven de poco mientras se venda armamento a los gobiernos situados en zonas calientes. En episodios tragicómicos de defensa nacional eventual, Salman Abedi fue víctima de su ignorancia creyente, de su incapacidad crítica. El Dáesh sigue riéndose ante la guerra tan barata que está librando y los ciudadanos continuamos apadrinando víctimas. La cobardía del asesino es tan irracional como el móvil que le empuja a matar inocentes. La barbarie humana no tiene límites.