Se coja por donde se coja: esto está que arde. Hoy, más que nunca, no es una frase hecha sino la constatación de un cielo atufado por el aire irrespirable que lo cubre la política española. Es la verdad agarrada por las brasas de una emergencia incendiaria: devastadora en Galicia, altanera en Cataluña, cáustica en Madrid. No merecemos padecer esta meteorología viciada desencadenada a traición, ni a unos políticos convertidos en hazmerreír de protagonismo bufo, soberbios en la estupidez de su irresponsabilidad. España arde se mire por donde se mire, el futuro se contempla tóxico mientras el presente busca un respiradero ante una atmósfera enrarecida. Galicia, reserva de la biosfera, se convierte en tierra yerma envuelta en cenizas. Se quema por los cuatro costados, es la caldera del diablo que no para de bullir, el infierno relamiéndose en su destino programado, la condena de muchos por el deseo minoritario, la insolencia frente a la herejía, la impotencia del débil, el ímpetu de las llamas hambrientas, la caja de los truenos provocada, deseos dañinos, maldad enajenada, el resultado de la organización pésima, el detrito de mandatarios que en vez de gestionar gesticulan. ¿Nunca maix?

La agonía de los bosques gallegos chirría enfurecida entre la nocturnidad de la destrucción imparable. La desolación no ha sido un reflejo. Algunos indeseables están destrozando Galicia a golpe de cerilla malintencionada, con maldad pirómana. El trabajo se convierte en un bien eventual apadrinado por la política forestal esteparia; un contrato eventual de la Administración con la indiferencia ecológica, el blanco fácil de la inquina delictiva. ¡La preservación de la Naturaleza también es política! Los incendios que asolan Galicia no son producto del cambio climático en serie sino de mentes retorcidas que buscan en el daño ambiental el desquite de sus frustraciones.
Esta lumbre posee dimensiones estatales. Calatuña prueba el látigo de la intransigencia nacionalista, España se lamenta herida. Más fuego al fuego. Esclavitud, desunión, desplante: el rodillo independentista de Puigdemont es un segador con guadaña firme en la quema del rastrojo gubernativo. Su misiva a Rajoy es otro rescoldo azuzado por los tentáculos furiosos de la CUP. Puigdemont dixit, Madrid lamenta su hoguera de las vanidades, se crece en su estructura monolítica. Barcelona pide diálogo, Madrid exige diálogo; Barcelona condena incendios policiales, Madrid los desprecia con su retórica militar (hicimos lo que teníamos que hacer). El cruce de intenciones entre Carles Puigdemont y Mariano Rajoy es una tomadura de pelo personalista. Son bomberos toreros de su comedia calcinada. La llama del descaro olímpico, y el despropósito antideportivo, secundan un sueño de autogobierno impositivo. Las heces huelen peor cuando se remueven, las moscas viven de ellas.

La tierra se quema, arden las pavesas del 1-O aún calientes. Madrid se incendia en silencio, descuidado entre la flema de Rajoy quemándose en su insensatez y falta de originalidad. Un poco de whisky escocés sofocaría el incendio abierto entre Barcelona y Madrid. Se cruzan cartas en una autopista de doble sentido sin cortafuegos y peaje único en el kilómetro 155.
España arde: gallegos incansables ante la desgracia, catalanes incómodos amantes del independentismo y catalanes centralistas viven días cercados por las ascuas de la sinrazón erosiva; los españoles confusos y los europeos asustados se consumen entre ascuas inextinguibles. El mismo Joan Manuel Serrat que en 1990 cantara Todos contra el fuego -hoy tachado de anticatalanista- jamás pensó que sus palabras se convertirían en advertencia premonitoria.
La inestabilidad de España, la fragilidad de nuestros bosques y la idiocia neroniana del secesionismo catalán queman. Arde Troya.