Forges es sinónimo de humor. Forges es el presente de indicativo de un verbo eque significa sonreír en todo momento, pensar inmerso en la viñeta cáustica que no busca la herida pero sí la reflexión, profundizar en el sentido del dibujo. Forges ha muerto, no se ha ido. Como él diría de manera más gráfica: he estirado la pata pero no me he largado a ningún paraíso fiscal para disfrutar de las rentas. Hablar sobre Antonio Fraguas de Pablo en pasado sólo significa aceptar la caducidad fisiológica del ser humano; hacer de su muerte el momento para declaraciones que, sobre todo, escupen las lenguas políticas en una consideración oportunista. Hoy, las condolencias de los personajes públicos que han inspirado su trazo esconden un formalismo que, aunque se piense, jamás lo calificarán de puñetero.
Él decía que a los muertos hay que respetarlos desde el silencio. Su trayectoria inquieta, amante de la interrogación frente el adoctrinamiento, forma parte de un ADN sólido y una imaginación desmelenada.

La muerte de Antonio Fraguas de Pablo, alias Forges, no es un chiste; su olvido, sí, pero de los malos.

Forges es, aparte de creador, un protagonista más de sus historias; la savia que da vida a una sociedad apelmazada, el camino interminable sobre el que el macadán y las flores comparten hogar, esas abuelas que recorren la España profunda por rutas que Fomento ha olvidado; el aire rural respirando sabiduría; las verdades que el desarrollismo político oculta.
El músculo cardiaco ya no bombea gasolina por sus venas pero su espíritu juguetón ha dado esquinazo a la muerte. Sus ilustraciones hablan por él sin necesidad de herir, están por encima de esta trivialidad mundana en un ejercicio de pereza constructiva. La palabra adquiere animación: fue el vocero del pueblo, la mirada del inconformismo; la sensatez que obtuvo una sonrisa de los nubarrones, el cincel que esculpió el ridículo político; el refugio del currante frente a la injusticia social; el hospedero de la solidaridad; la expresión gráfica concisa y directa. Esos individuos volumétricos llenos de plasticidad: mendigos hambrientos de pan y empachados de filosofía, banqueros de barriga generosa, mujeres de figura renacentista cuyo grosor empatiza con el feminismo más radical. Forges es símbolo hasta en la sepultura. Seguro que ahora estará riéndose de los mortales que vivimos entre la justicia inexistente, de quienes buscan la inmortalidad en el delito, de las travesuras efectistas y salvajes que facilitan el poder, de nombres, apodos y nomenclaturas.

Su muerte asiste invitada a compartir el secreto de su vida: la honradez consigo mismo. Ha sido la caricatura de un adiós sin despedida, una última carcajada que sonará siempre en sus dibujos. Se ha reencarnado en otro sujeto eterno: la sombra de un sonrisa incorpórea junto a sus personajes. Es un no te olvides convertido en frase para la posteridad.
En su atmósfera chistosa, Forges se ha muerto antes del 23-F por si las moscas. ¡Tipo listo!