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HACIA LA SOLUCIÓN FINAL
La lucha por las vacunas de la COVID-19 es afilada

JGS

La lucha para conseguir una vacuna contra la COVID-19 está abierta
 

Alcanzar el bien común entre las naciones abre brechas que tardan años, décadas en cicatrizar y, a veces, no suturan. La meta política humilla al vecino convertido en enemigo. El descubrimiento es una posesión para el museo de la potencia patriótica. En esta tesitura alcista, compartir es un verbo subestimado. El enfrentamiento transnacional alcanza visos de maratón irrefrenable cuando los asuntos políticos imponen la presencia ideológica. La carrera espacial emprendida entre dos rivales únicos, la antigua URSS y Estados Unidos, se recuerda como una pugna en favor de la supremacía nacionalista. Quedar segundo era salir derrotado. Esta intención colaborativa se ha cerrado con fines económicos por delante y por detrás.

Ha llegado la COVID-19, otra disputa deshumanizada por intenciones lucrativas ha comenzado. No importa que el miedo generalizado cree la sensación ilusoria de que estamos compartiendo una finalidad benefactora. La rivalidad encarnizada saca músculo a través de un anabolizante peligroso y cotidiano: la publicidad engañosa. Desde que esto se lió en Wuhan, los infundios y los avisos envueltos en notición propagandístico han enfrentado a China y Estados Unidos para repartirse los designios del mundo. La primera dice tener una vacuna; Estados Unidos, que implica decir Donald Trump, están ahí con sus contradicciones. Esta Administración busca un medio para frenar un virus que está machacando a su población mientras este presidente majadero se niega a ponerse la mascarilla en los actos públicos. Rusia no se quiere perder la tarta del pastel vacunador, la India también participa en esta carrera sin repostaje. Los topónimos se abren camino para disputar el medallero sanitario en la erradicación de la pandemia actual. Nadie quiere perder puestos en lo que se asemeja más al verbo competir que a colaborar. Un mecanismo de creación farmacéutica se ha desplegado con euforia.

La OMS afirma que se está trabajando en 167 vacunas contra la COVID-19. Entre las que han alcanzado la última fase antes de la aprobación se encuentra la desarrollada por la farmacéutica Moderna y el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, ambos de Estados Unidos. Trump anunció un acuerdo opulento con Moderna que le permite adquirir 100 millones de dosis cuando la pócima, con indicios de ser un valor bursátil, esté lista. En un arrebato de prepotencia monetaria, el presidente republicano compró casi toda la producción mundial de Remdesivir: ese medicamento bala de eficacia no probada pero que, por lo visto, sostiene en la cuerda floja a los pacientes más graves.
China ha dado luz verde para testar un fármaco nuevo de forma experimental en militares. Parece que no van en broma pero el nombre de la empresa comercializadora sí que suena a chiste: CanSino Biologics. La revista The Lancet revisa los datos de la vacuna que también se está probando en Brasil. Mientras, Bolsonaro calla con el miedo en los pulmones recomendando cloroquina. Putin, acostumbrado a sus anuncios de caballería patán, desvela la existencia de su primera vacuna patentada, ganando a la Casa Blanca. El nombre Gam-COVID-Vac, en formato de contraseña, parece una maniobra bautizada por el Kremlin como Sputnik V. Después de que el mandatario ruso dijera que se la ha introducido a su hija, como buen anunciante de la teletienda, Nicolás Maduro cantaba entusiasmado el bingo moscovita. ‹‹Celebro que Rusia haya sido el primer país que vacune a su población. Habrá un momento en que nos vacunen a todos, y el primero que se va a vacunar soy yo. Me voy a poner la vacuna, voy a dar ejemplo. Después vacunaremos a los sanitarios, a los mayores y a aquellos que tengan problemas de salud››. ¿No lo dirá más por seguridad personal que comunitaria en una nación ahogada en sus excesos? Estos elementos deberían purgar la inmadurez publicitaria de su jardín dictatorial.

Los tiempos que maneja Soumya Swaminathan, jefa del área científica de la Organización Mundial de la Salud (OMS), no coinciden con los plazos políticos, siempre optimistas a ciegas.
La lucha por conquistar el espacio entre dos superpotencias duró aproximadamente veinte años, ojalá no suceda lo mismo con la desbandada dirigida por una enfermedad que llama a la colaboración internacional sin intereses pecuniarios.

 


JGS

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