El atentado contra las Torres Gemelas perpetrado el 11 de Septiembre de 2001 fue un ejemplo de terrorismo dirigido al impacto mediático. Las terroristas sabía que el efecto emocional sería mayor si la huella visual atacaría emblemas norteamericanos. La espectacularidad de unas imágenes atroces bloquearon el sentido común e hicieron creer que eso no era cierto. Durante unos segundos, el mundo vivió en el limbo de lo increíble mientras la instantaneidad bombardeaba con novedades cada minuto mentes saturadas por la información confusa. Al Qaeda había conseguido su primer objetivo: atraer la atención general con ataques dirigidos por una coordinación escrupulosa. Esta cadena de mando militar puso en jaque a la inseguridad del Tío Sam doblegado. La simbología patriótica se tambaleó hasta derrumbarse con la debilidad de un anciano moribundo. Las Torres Gemelas, pirámides del esplendor arquitectónico exhibido por el capitalismo liberal, interesaban como blanco moral. Su invulnerabilidad recubría la identidad nacional donde las grandes decisiones internacionales se llevaban a cabo. La dialéctica que pregonaba (contra más grande, más fuerte) fue derrumbada por Dáesh. La guerra del cuerpo a cuerpo dio paso al combate permanente enganchado a la tecnología.
Aquellos que creen en las teorías conspirativas son amantes de los números para enarbolar ideas dirigidas al caos. La construcción del Pentágono comenzó el 11 de septiembre de 1941, poco antes del ingreso de los Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial. Sesenta años después, este búnker político fue azotado por el huracán de un Pearl Harbor en miniatura. El 11 del año próximo, 2021, se cumplirán dos décadas de un suceso más cercano de lo cinematográfico que a lo real. En esta guerrilla-avalancha de acrónimos malditos, la COVID-19 es el enemigo más reciente e invulnerable a escala global. Estados Unidos, gracias a la tozudez de un presidente alcornoque, está haciendo estragos y ha convertido a la nación en un cementerio público. La paz ya es una ficción, la compañía de la mascarilla se convertirá en un valor bursátil para Wall Street sin el rascacielos más emblemático de la misma forma que se compran y venden en su parqué activos tóxicos. |
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