Arguineguin ha dejado de ser un punto turístico para convertirse en un lugar negro del mapa social. Canarias ya no es el paraíso vacacional con atractivo para nórdicos y germanos sino paso entre el infierno y la tierra prometida que cientos, miles de personas buscan huyendo de sus países, perseguidos por la hambruna, la incomodidad política o las ganas de prosperar. Pero eso no nos preocupa en España sino que se conviertan en hacinados peligrosos porque son extranjeros que pueden arrastrar el coronavirus que está llenándonos de compatriotas enfermos.

La tragedia camina como un zombi por esa localidad desde hace días, donde las personas ocupan sus calles buscando algo de comida o un teléfono móvil para comunicarse con familiares. Los políticos de la metrópoli, mientras, se lavan las manos en la ponzoña de sus diatribas discursivas. La calle es su hogar porque no tienen donde ir, las tripas gimen porque no encuentran algo con que distraerse. La ilusión de un mundo más civilizado y amigable se ha desvanecido. La realidad les ha descubierto una pesadilla inimaginable y algunos se platean volver a su país, Marruecos, en vez de acercarse al enemigo que sabe odiar mejor que acoger. España no es tierra apta para inmigrantes, el gobierno actual no lo permite. Aznar compartía esta idea enviándoles a su origen por paquetería aérea con un chute en las venas para que no se enteraran de la operación. Y con eso se solucionaba el problema. Ahora, se permite que estén al aire libre sin que el espejo de Lesbos se convierta en un reflejo dañino. El problema es más humano que político. Nada se soluciona si no se aborda con seriedad en vez de caridad.

Las imágenes se adelantan a las decisiones. La vergüenza saca los colores a un gobierno descolorido. La torpeza demostrada en Arguineguin ha parido un bastardo cianótico, sin oxígeno ético. La diputada de Coalición Canaria Ana Oramas echó gasolina a la hoguera preocupada por la imagen internacional isleña. Los intereses de turistas alemanes o británicos no pueden ver su sueño playero sucio, convertido en basurero de la deshumanización política. Javier Maroto se mostró a favor de una inmigración ‹‹legal, ordenada, que esté vinculada al trabajo y que sea respetuosa con la cultura occidental que les acoge››. Y con el medio ambiente, sin asustar a la clientela, añadiría yo. El portavoz del PP en el Senado ¿no sabrá que la gente sube a una patera por miedo y necesidad no por gusto? ¿Recordará que el colonialismo occidental ha sido el germen de estas oleadas bárbaras que molestan tanto hoy?

Si es difícil que un ciudadano español consiga un contrato de trabajo, para un inmigrante resulta imposible a no ser que pertenezca a la mafia o a familias influyentes sin trabas burocráticas para regularizar su situación.
Mientras la desesperación invade Arguineguin, me pregunto qué pasaría si Podemos hubiera estado en la oposición con una gobierno de derechas al mando. ¿Hubieran invadido el Parlamento y las calles llevando pancartas contra fascistas inhumanos? La izquierda manirrota está llena de zombis borrachos de indecisión.